18 mayo 2012

Partos de corazón y alma


* Dos mujeres de distintas generaciones revelan la historia detrás de su debut maternal, cuando a pesar de la posibilidad de tener sus propios retoños, la vida les dio una oportunidad que tomaron con el pecho palpitando, ser madres adoptivas.

Adoptar en nuestro país puede ser una verdadera labor de largo aliento, dolorosa y en algunos casos, frustrante. Lejos del quirófano, los tribunales, los prejuicios y la espera van en contraste con los sentimientos de ternura, cercanía y amor que se gesten y crece a diario entre madre e hijo, descubriéndose uno al otro en el vínculo y en el nuevo rol afectivo.

El Chino e Ira
Abogada, descendiente de italianos y caraqueña. Ira Vergani se describe en su cuenta de Twitter como terca y mamá de JG, quien tiene nueve años y sueña con ser policía, chef y médico.

Hace seis años, Ira estaba divorciada, tenía un buen trabajo, viajaba y no estaba buscando hijos. Tampoco tenía pareja. Pero era voluntaria en la Fundación Amigos del Niño que Amerita Protección (Fundana), por lo que dedicaba sus fines de semana a colaborar con las enfermeras, madrinas y tías que la ONG posee en sus Villas de Chiquiticos para los niños en situación de riesgo que acogen.

Ayudó durante tres o cuatro meses en maternal. “Allí es donde hacían falta más manos y donde más escaseaban, donde aprendí que los brazos no hacen daño para cargarlos en lugar de dejarlos llorando. Iba a ayudar a bañarlos, hacerles tetero, jugar con ellos, darles la comida”. Entonces el personal le sugirió ir a otra villa, donde había niños más grandes para que conociera a El Chino que tenía apenas 3 años cuando se conocieron, con un destino común que develarían.

Cada fin de semana se conocían mejor, compartían y se creaba un lazo afectivo que se expandió hacia lo familiar, cuando con permisos especiales, salían a un cumpleaños, al cine, incluso, compartieron 24 y 31 de diciembre juntos en la que el arbolito lleno de regalos fue una explosión de emoción y amor, porque toda la familia se había encariñado también. En Fundana le preguntaron si querría adoptarlo. Pero tuvo dudas. No tenía pareja y a pesar del cariño, temió. Pensaba que sólo estaba siendo una muy buena voluntaria.

Entonces El Chino recibió una medida que le asignaba una colocación temporal en familia sustituta que le daba acogida. A las tres semanas recibió otra llamada, en lo que ella atribuye a la mano divina para su destino mutuo. Al bebé lo devolvieron. La familia al parecer no estaba preparada para el reto que asumían. Dijeron que lloraba mucho, que no hacía caso.

“Fue una segunda oportunidad, Dios me estaba diciendo algo y esta vez aunque tenía miedo tuve que considerarlo”. Cuando se reencontraron, él corrió hacia ella y se fusionó en un abrazo de cinco minutos donde no hicieron falta las palabras. Lo decía todo el calor y la alegría de volver a estar juntos. Empezó el proceso de emparentamiento previo a la colocación familiar, una medida temporal que puede convertirse en definitiva, en la que una pareja o individuo acoge a un niño en su hogar tras una evaluación legal de idoneidad que no tiene que ver solamente con lo socioeconómico sino con lo psicológico, de seguridad doméstica y compromiso personal.

Le permitían quedarse todo el fin de semana juntos. Lo buscaba el viernes al mediodía y se despedían, cada semana con más dolor y lágrimas, los domingos en la noche. Él ya le decía mamá. Ella le decía que no se podía quedar porque hacía falta un permiso. “Medito todo muy bien antes de actuar, no quería fallarle a un bebé que había recibido dos rechazos, primero de su madre biológica, de la que sabemos sólo que lo abandonó al nacer, y ahora esta familia que no al parecer no sabía a lo que se enfrentaba, así que me puñaleé en grupos de Internet y libros, sobre el ser madre soltera y adoptiva, consulté psicólogos, quería estar preparada porque era una decisión para toda la vida, porque además estaba la incertidumbre que esta medida de colocación deba ser aprobada por el tribunal e incluso luego de esto se acabe hay seguimiento, es angustiante”.

El Chino cumplía años un lunes, 23 de octubre, así que Ira había planificado una fiesta para el sábado siguiente, por buena suerte, y pidió permiso para que se quedara un día más y poder picarle una torta en familia, para estar de regreso el martes. Ese mismo día, a las tres de la tarde, recibió una llamada. El tribunal había aprobado la colocación. Las lágrimas brotaron con una emoción desbordada, llamó a su mamá pero apenas pudo hacerse entender. Así que corrió, compró globos de helio y al verlo dijo: “tenemos el permiso”. Se le quiebra la voz al contármelo, se me aguan los ojos al escribirlo. Dejaron escapar los globos con un mensaje para Dios. “Gracias por este regalo”, dijo Ira. “Gracias por el permiso”, pronunció el cumpleañero, quien empezó a los pocos días en un preescolar chiquito cerca de su nueva casa.

Seis meses después solicitó la adopción, a pesar que le habían dicho que esperara un año. Como abogada, se movió fuertemente en tribunales, usando su experiencia. Eso implicaba además, citas con el psicólogo, el psiquiatra, la trabajadora social y los médicos. Era poco el personal, muchísimos los casos y hasta aceptó, sin saberlo previamente, una sesión maratónica de cinco horas de evaluación, que hubiesen requerido cinco sesiones que pudieron retrasarse indefinidamente. Todo para determinarlos como adoptable e idónea para adoptar. A pesar de esto, la Ley Orgánica de Protección al Niño, Niña y Adolescente (LOPNNA) cambió, cerró por cinco meses la Oficina Nacional de Adopción, y JG hacía una pregunta legítima: ¿Mamá, cuándo me voy a llamar Vergani como tú?.

La llamada avisando que el tribunal decretó la adopción volvió a llegar, providencialmente, otro 23 de octubre, en su sexto cumpleaños. “Ese día fue de nacimiento, la de él como hijo mío y la mía como mamá de él. Fue un acto de amor mutuo”.
JG e Ira listos para un viaje
Ahora, Ira está casada, y aunque JG al principio se mostró celoso, ahora firma en su cuaderno escolar con los cuatro apellidos, de su mamá y de su papá. Sobre su mamá biológica, aunque va recibiendo información acorde a su edad, le dice “Pobrecita por lo que pasó”.

“Mi Día de la Madre es súper especial, él siempre ha sido súper afectuoso, así que me trae el desayuno a la cama, y aunque ya sé que me tiene unas pulseras que le dio mi mamá, me tiene amenazada con que no me pudo comprar nada”, revela Ira con voz sonreída y cómplice. “Lo amo como si hubiese nacido de mi vientre, puede sonar cliché pero mi vida adquirió sentido cuando él llegó”.

El Chino es mucho más moreno que su mamá, lo que ha traído algunos comentarios imprudentes delante de él. A lo que el chamo siempre responde orgulloso que fue adoptado. Estudia en un colegio donde conoce la diversidad social, religiosa y personal, que no sienta que es el único diferente, sino que todos somos distintos.

Ella, amantísima madre, ganó el segundo lugar en el Concurso de Cartas de Amor del 2010 que organiza Montblanc, con una misiva dirigida a la madre biológica de su hijo. Y ahora está en búsqueda de un hermanito menor para El Chino, ya ansioso de ser el mayor de la casa.

Negrín es la mayor
La risa traviesa y cómica es una constante de la conversación. A sus 82 años, la señora Elena de Romero mantiene intacta la memoria. Recuerda como hace seis décadas una niñita “que le habían regalado a mi suegra” quedó a su cuidado cuando ella murió. La bebé tenía 5 años. Un cuñado era su tutor, y se las entregó junto a los papeles. El joven matrimonio no tenía hijos, así que se estrenaron como padres de corazón, iniciando el papeleo cuando casi iba a cumplir los 18 años”.
La señora Elena rodeada de hijos y nietos. Arriba, Vidalina "Negrín" Romero.
“En el tribunal nos decía que no lo hiciéramos, porque ya habíamos tenido seis hijos más, y que a la hora de una herencia eso iba a causar conflicto, pero yo le decía a Carlos, mi marido, ¿qué se van a pelear si no tenemos nada?”. Doña Elena soltó la primera risa chiquita.

Al principio, Vidalina no quería quedarse en su nueva casa. No se dejaba bañar, y le decía papá a sus tres tíos. “Quería estar siempre en la calle”. El señor Romero puso carácter con sus hermanos. “Si se va a quedar con nosotros, no se la pueden llevar cada vez que quieran”. “Costó un poco al principio, fue problemático, pero resultó que ahora ella es la que me cuida a mí, ahora que se jubiló como enfermera”. Se ríe traviesa. “Ella siempre me llamó Elena, pero cuando hablaba con los demás, decía mi mamá para referirse a mí”.

Ahora, en la reunión de hermanos, todos confiesan que Negrín, como le dicen cariñosamente y con respeto de hermana mayor, por ser mucho más oscura que ellos, hizo un buen papel de hermana mayor en crianza y reprimenda, pero la señora Elena se dio por enterada cuando ya era abuela y hasta tatarabuela, lo que le causa más risa. “Ellos dicen que les halaba las orejas”. Vidalina no se casó, pero tiene una hija de 29 años. “Tengo siete hijos, ocho nietos y siete bisnietos”.

5 comentarios:

  1. Gracias querido, qué bella entrevista en verdad!

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  2. El día en que adopte, haré como Ira y primero crearé un nexo para que no pase tanto trauma al ir a un hogar :D

    Y de verdad algunas personas no conocen el compromiso. Adoptar un niño y devolverlo porque llora mucho y no hace caso. No es acaso eso normal y más viniendo de un niño que no te conoce?

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  3. Anónimo9:06 a.m.

    Te luciste Jeanfreddy! Has hecho un magnifico trabajo! Felicitaciones!

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  4. Gracias, Ira :) Un gusto totalmente. Marii, la ley y el proceso exige el emparentamiento, pero siempre habrá malos padres, sean biológicos o no. Anónimo, muchísimas gracias :)

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