24 enero 2013

¿Yo soy Chávez?

Si hay alguna deuda que hemos acumulado desde el albor de los tiempos, desde el encuentro de dos mundos hace cinco siglos, cuando indeseables españoles al mando de Colón chocaron sin querer con unos achinchorrados aborígenes que pasaban un tiempo chévere y temporal en el resort prehistórico de la Tierra de Gracia, con palafitos de propiedad horizontal como en Fiji, es la identidad nacional. Mezclados luego con un negro africano que tampoco era de aquí y reconquistados luego por alemanes, resultó en una sabrosa hallaca antropológica que no podía responder a las ya complicadas preguntas de ¿de dónde venimos, para dónde vamos?

Cuando nos hemos tratado de analizar y unir con nuestros vecinos, la cosa se ha complicado. No somos tan aborígenes como Bolivia ni tenemos calendario ni pirámides como los mayas ni aztecas, y ciertamente no somos tan blanquitos como los chilenos, paraguayos, uruguayos y argentinos. Tenemos más negros que Colombia pero no somos Haití, y si nos consideramos un país tropical, turístico y beisbolero, Puerto Rico, Cuba y República Dominicana nos llevan una morena al respecto. Nuestro joropo no tiene la fama del tango, la samba o el mariachi, y nuestras recientes glorias olímpicas son de la esgrima y el judo, y seguimos sin ganar un Clásico Mundial del Béisbol.

Más recientemente, la mezcla con portugueses, italianos y españoles venidos de la Segunda Guerra Mundial, el éxodo colombiano y la llegada de chinos y sirios, levantaron el sector productivo y comercial del país, en el que decimos que somos comerciantes, a pesar de que son ellos casi siempre los dueños de los locales, somos más bien consumistas, desorganizados y alborotados, y por eso, somos tantos empresarios espontáneos de la economía informal: buhoneros y motorizados.

Es una cosa de autoestima, más que de no querernos muchos. No sabemos si alegrarnos porque nos reímos de toda vaina (hasta de nuestros defectos) o alegrarnos por el caos sabrosón que tenemos: meter palanca, jugar vivo, mentir en el CV y tratar de no pagar impuestos. Ser Eudomar Santos y Er Condel der Guácharo.

Ahora, con el acento de Cartoon Network en nuestros chamos, bielorrusos color camarón, en cholas y aliento de vodka como nuestros obreros importados y el nuevo Bolívar zambo y digital, se nos suma otra duda existencial: Yo soy Chávez. Sí, el ministro, el niño, el soldado, el indígena, la señora empanadera, el taxista, el casting de la cuña para el Banco de Venezuela, todos somos Chávez. Sí, con Ch y con acento, y con z pronunciada como s. Sí, con pelo malo, verruga, beisbolero pero no tan bueno, con labia pero sin tanta eficiencia, militar de medio rango y con origen llanero que vivió en Maracay y le tiene rabia a los adecos y a los millonarios.

Muchos salen diciendo, como un buen venezolano, que él no es como los demás, que él sí piensa distinto, que él no hace lo mismo, que ha viajado o visto por Internet, y que le perdonen la expresión, pero tiene una mente distinta. Es decir, él no es Chávez, él es el suizo en medio de Zimbabwe, y bueno, se come la luz para que no le roben el Blackberry, y metió palanca porque todo es corrupto y mintió en el CV porque todos los hacen.

Y me pregunto por el dictador interno, y si de verdad somos tan tolerantes o más bien queremos que los demás piensen y actúen como nosotros, y si cuando jugamos chapita, Wii o dominó, somos tan buenos perdedores y cuando pedimos prestado, queremos cobrar, metemos fiao o nos piden la licencia por habernos comido la luz dando vuelta en U prohibido con un carro a nombre del anterior dueño, somos tan dóciles con la ley o si preguntamos porqué no detienen al motorizado que lleva al chamito, la esposa dando teta y al otro hijo mayor con las bolsas del mercado, y a no a ti, que eres un santo varón, y que además, no eres Chávez.

¡Porque si lo fueras! (Recupera el aliento para seguir enumerando anécdotas).

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