Uno de los retos más arduos para quienes trabajamos como periodistas y verificadores es luchar contra las "narrativas". Estas estrategias, que no se basan sólo en piezas informativas o contenidos en línea, apelan también a prejuicios y creencias. Y en el caso de Venezuela, hay que decirlo, se apela a un clasismo y lucha de clases, que está bastante arraigada en nuestra cultura.
Pensemos en la más reciente narrativa exitosa -porque muchas fracasan por los voceros, por las formas o los tiempos- que se implementó: "Venezuela se arregló".
Esta fue especialmente exitosa para la diáspora venezolana, aunque no tuvo casi ninguna repercusión dentro del país. Esa narrativa de una nueva prosperidad que dejaba atrás el año horrible del 2017, cuando se dio el mayo pico de migración, de escasez, represión política y caminantes por las vías de Latinoamérica.
Esta narrativa expandía la evidencia de un aumento de nuevos negocios y emprendimientos, el regreso del abastecimiento de alimentos y medicinas e incluso mostraba que la pobreza había bajado y el PIB volvía a crecer. Incluso el estudio ENCOVI habló de esta recuperación.
Una allí una sub-narrativa: que la gente se estaba devolviendo masivamente. El gobierno habló de 4 millones de retornados en la ONU, luego Maduro dijo que "casi un millón" desde 2020 y más tarde el Canciller dijo el único dato que ha sido sostenible con otros estudios: 300 mil personas.
Incluso hubo quienes vieron fotos de mucha gente cruzando el Puente Simón Bolívar, que une a Cúcuta y Villa del Rosario en Colombia con San Antonio en el Táchira, como evidencia de este regreso "masivo".
Pero este puente, que fue reabierto en 2022 con la llegada de Petro a la presidencia de Colombia, está en la frontera más activa del mundo, en la que se mueven cientos de miles de personas a diarios de ida y vuelta, por quienes viven en un lado pero estudian, trabajan o compran en el otro, cruzando hasta varias veces al día. Y antes lo hacían por trochas.
No eran miles devolviéndose, era haciendo lo que siempre ha funcionado en esa frontera: ir y venir para comprar y vender. Incluso hay un documento que permite este "tránsito pendular" y que se hizo muy popular en Venezuela, la vendían en locales cercanos al SAIME cuando uno iba a sacarse el pasaporte.
"Yo conozco varios panas que se devolvieron, ahora la pasan bien allá". Fue una narrativa de TikTok, de anécdota, de fotos indignadas de la desigualdad, por los Ferraris y los locales hermosos, por la gente paseando en Margarita, Gran Sabana y la nostalgia, pero que también tuvo su ángulo clasista.
Es el mismo dilema, una y otra vez, de las colas de Zara, de la gente en una playa o de las presuntas señales de recuperación económica que puede costear, una pequeña porción de la gente, pero se obvió de ese cálculo los cientos de presos políticos, las personas muriendo por falta de medicamentos para trasplantados o que hay comida y dolarización, pero la gente no gana lo suficiente.
Otro estudio lo definió mejor: la gente volvió a probar suerte porque le fue muy mal en los países de acogida por falta de acceso a documentos, servicios o buenos salarios, porque extrañaban mucho a su familia o por diversas razones emocionales, profesionales o económicas, pero mientras creíamos en que "Venezuela ya no está tan mal", el Tren de Aragua desarrollaba una red de contrabando y trata de personas por toda Latinoamérica para expandir sus actividades mientras que al norte de Colombia otra red, el Clan del Golfo, hacía lo mismo para aprovechar la remigración: el paso por el Darién.
Y se rompe la burbuja de la narrativa: medio millón de venezolanos al año están pasando por el Tapón del Darién, una selva inhóspita, llena de delincuentes y abusos, por el que hasta hace pocos años la mayoría de venezolanos no sabía que existían o que no era tan difícil. Narrativas, Tiktok, cuentos de Whatsapp. Un amigo me dijo.
Estas narrativas, con base en el clasismo: que se concentró en quienes se devolvieron a vivir en la playa o quienes abrieron negocios exitosos, ignoró de nuevo a la gran mayoría: las familias con tres hijos que se devolvieron por la xenofobia de Perú, porque pasaron hambre en Colombia, porque nunca lograron vivir bien en Chile. Porque se les enfermó la mamá en Caracas, se les murió un hijo en Maturín, porque la pandemia los dejó en la calle y volvieron "donde no pagamos arriendo".
Estas narrativas, con base clasista, me recuerdan a cuando culpamos a los raspacupos de la crisis, en lugar de a los corruptos. Y antes cuando eran los bachaqueros, y no el control de precios, las expropiaciones. Incluso fue popular eso de "venezolano jode a venezolano" al principio de la migración masiva.
Lo peor es que las narrativas se basan en creencias, en memes, en miedos, en un instinto de protección, pero no en evidencia. Así en Venezuela -y acá me voy a arriesgar duro- son populares otras narrativas desinformantes como la "ideología de género" e incluso he visto cómo varios contactos están felices de encontrar "problemas ecológicos" en los automóviles eléctricos, como si producir carros de gasolina no implicara minería, explotar petróleo, gastar energía y además, emitir gases contaminantes. La narrativa hacer creer que estamos cambiando bosques por carros eléctricos, en vez de petróleo por energía solar.
Y sí, es difícil encontrar el origen de estas narrativas.
Por ejemplo, es difícil pensar cómo Rusia ha sido suspendido de distintos eventos deportivos, por su actuación contra la población LGBTIQ+ en las Olimpiadas y en Mundial de Fútbol, incluyendo sus propios atletas. O cómo es ser homosexual en China, Irán o Bielorrusia. Puros "panas" conocidos.
Más fácil es juzgar a mujeres trans (¿por qué nunca a hombres trans?) por memes de Canadá, de España, de Irlanda, por TikTok, por lo que "leo" de otros, por tradición, por respeto a "lo normal". Y nos olvidamos del chamo que quemaron vivo en Santa Rita, Aragua. O de Shirley, la mujer trans que vive en una plaza en Maracay, de los femicidios, de los asesinatos por razones de género y que ser lesbiana u homosexual en Venezuela es un infierno de prejuicios, de burlas, de no tener acceso a lo más básico, que estamos perjudicando a gente, otra vez, pobre o muy pobre, porque en redes sociales vimos que son "víctimas del lobby gay" con videos de Austria, EEUU o Irlanda.
Y así vamos similarmente el Cambio Climático (y Greta Thundberg) o alabando a ultranacionalistas, ultra derechistas o extremistas, porque hablan mal del socialismo. Me recuerda a la película La Ola, en que un profesor trata de demostrarle a sus alumnos que el regreso del nazismo es más fácil de lo que ellos creen, hasta caer en una espiral en que él mismo se vuelve neonazi, se lo cree hasta el final y funda un movimiento.
Cuidado con las narrativas, no son la realidad.
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