En lo que empecé a leer
Mi país inventado de Isabel Allende, en el cual hace una radiografía de Chile, donde ha vivido menos de la mitad de su vida, definiéndolo por su geografía y los recuerdos que le trae, vivencias familiares de infancia y política –que le tocó tan cerca por ser sobrina de Salvador Allende-, y finalmente por la sociedad que pudo retratar siendo periodista, me pregunté ¿qué significa
ser venezolano o vivir en
Venezuela? Desde mi perspectiva y experiencia, trataré de hacer el mismo ejercicio.
Hasta hace muy poco, la forma popular más conocida para describir
Venezuela a un extranjero era diciendo: Misses, petróleo y béisbol. No en ese orden necesariamente. Una frase que causaba normalmente risas y aquel sentimiento común que expresa que el venezolano es un bromista, un
echador de vaina irremediable
; pero también que poco nos detenemos a pensar en cómo somos realmente. Aún así, al examinar eso que se llama
venezolaneidad, una de las primeras características que aparece es el humor.
Los humoristas del país se han afincado en el tema, devolviéndoles el favor. Nada de disertaciones sobre la vida universal, sino vivisección al
venezolano. Laureano Márquez lo ha hecho con humor político, Emilio Lovera lo expresa con nuestro íconos culturales, Carlos Sicilia “sufriendo” no encajar en los estereotipos, mientras Er Conde del Guácharo con la sorna del machismo gozón, es uno de los empresarios más exitosos del país, ex candidato presidencial y aspirante a la Gobernación de Anzoátegui. Los que dibujan, Weil, Rayma y Zapata, por nombrar sólo tres reconocidos, también insisten en pintar en colores patrios, las estrellas y estrellados de nuestra sociedad, para reírnos –y lamentarnos, pues el humorista suele ser amargado- del país en que nos tocó vivir, arrechándonos que no sea mejor, porque no hay otro.
El humor es uno de los pilares de lo que somos. Ante el caso RCTV, la gente argumentó la continuidad e importancia histórica de Radio Rochela. Algunas de las campañas publicitarias y canciones que más éxito han tenido son las del toque humorístico como Estoy es lo que hay, o los cangrejitos ñañañaña, y cualquier corriente de opinión pública trae consigo el chistecito que pasa por correo electrónico y mensajito de texto, nueva Radio Bemba de un país con 90% de penetración celular, el más alto de Latinoamérica.
Arrechísimo o balurdo, el segundo pilar de nuestra identidad nacional es el habla, del cual también nos ufanamos. Somos un vacilón, nos decimos, aunque hablemos muy mal el español, y aunque "nos fueran dicho esa vaina antes", es una creencia muy extendida que nuestra forma de expresarnos es una marca registrada con algún tipo de superioridad. Por eso, la gente del centro imita con sorna el hablar de los gochos o los llaneros, del colombiano o el argentino, y no falta quién sepa hacer una buena parodia malandra. El volumen de nuestra risa, el movimiento de nuestros manos o el “no tener acento” tienen un no-sé-qué (eterna razón de nuestro accionar nacional) que hasta los portugueses con 40 años en
Venezuela y acentuación madeirense imborrable dice claro y raspao, si te metes con él,
vete al coño de tu madre. Ángel Rosenblat lo ha estudiado y explicado muchísimo mejor, siendo
venezolano de origen extranjero y poco reconocido entre las multitudes criollas como es típico, porque "en este país falta es cultura", a pesar que nuestras tradiciones son más complicadas y diversas que un crucigrama en 5 idiomas.
En
Venezuela, la gente se ríe y se alegra –mientras continúan las cadenas de emails y mensajitos de textos- al comentar una y otra vez lo divertido que es nuestro hablar, reflejo imbatible de nuestra propia idiosincrasia, que mezcla la explosividad caribeña, el ingenio de la juventud y el mestizaje cultural en que todo pasa por el filo: gallegos, homosexuales, suegras, gochos, negros, árabes y borrachos. Sin el sufrimiento del racismo o el crimen del odio, y dejando patente ese clasismo que todo el mundo admitía pero nadie tocaba. La cachifa y el mono contra la sifrinita plástica y el viejo verde con burda de billete, pero sin estallido, hasta ahora que se nos fue el Petróleo, Misses y Béisbol, por el Patria, Socialismo o Muerte.
“A los venezolanos nos gusta la política”, dice una de las nuevas campañas del Gobierno. Yo no creo eso, pero si es más cierto que la clase política en
Venezuela lo ha definido todo por estos lares. La Generación del 28, las dictaduras de los generales gochos –Gómez y Pérez Jiménez-, el Pacto de Punto Fijo, los comunistas que se hicieron adecos, la guerrilla que no aceptó a El Ché y fue reprimida por la guanábana política y ahora, la arrechera y el resentimiento que nos trajo un presidente “revolucionario”, que está causando la misma molestia que lo trajo al poder.
Obviamente no todos los
venezolanos respondemos a estos estereotipos por igual. Define el sociólogo Nestor Rivera al criollo en 4 grupos: los echados palante, los conservadores, los viva la pepa y los desilusionados. Esto dependiendo del grado de responsabilidad que asumen sobre su destino, sus hábitos al leer la prensa y algunos valores compartidos. En ese orden van desde los más independientes y exitosos hasta los que culpan de todo a la suerte, esperando la solución de sus problemas por parte del gobierno, pasando por el bonchón que siempre celebra si gana Brasil y quiere hacer "lo que le dé la gana", hasta los que desean que se mantengan nuestras tradiciones, prefiriendo no arriesgarse demasiado con cambios políticos, sociales o económicos.
Sin embargo, se puede subdividir también a los nuestros entre los que se lamentan por un país que parece que no termina de arrancar, de salir del subdesarrollo y de convertirse en una nación donde la mitad de la gente no quiera irse
pal coño –a pesar de estar en una situación muchísimo mejor que naciones como Bolivia y Ecuador, que si enfrentan este problema-, y aquellos que defienden irasciblemente las bellezas geográficas, el sentir de la gente y las oportunidades de un país donde cualquiera te brinda una arepa, te invita a su casa o te presta rial.
Extraño mi país, pero allá no puedo vivir como aquí, siendo mesonero, enfrentado al fulgor eterno de quien no cambiará jamás las playas, su familia y amigos, y costumbres.
Según el cálculo humorístico de Hernán Casciari en “
La verdadera edad de los países”,
Venezuela, como las otras naciones latinoamericanas, tiene unos 13 o 14 años, pero ésta quiere unirse al MERCOSUR porque es una banda de rock adolescente que hace mucho ruido aunque nunca ha sacado un disco, pero realmente quiere es tirar con Brasil, que ya tiene 14 y la tiene grande.
Quejarnos y criticar
Hábitos que de ser deportes olímpicos, tendríamos una hegemonía mayor a la que aplicamos en el Mundial de Dominó, claramente inventando para darle una pela a todos los osados foráneos. El
venezolano, sin distinción social –de raza no hace falta hablar-, pero con su propio bagaje cultural dirá que aquí nada sirve. Unos lo compararán con EE.UU. el referente –hasta hace poco- más respetado, algunos otros más con la Europa de sus padres –Italia, Portugal, España- y otros más con la finura al hablar del bogotano, la cultura europea del Cono Sur o el nacionalismo de México, pero el abanico es infinito. Ya hay incluso subculturas al respecto: mi ex se fue a España y no lo olvido; tengo un pana en Miami que se compró un Ipod, un carro y vive en tremenda casa, trabajando en un restaurante; y mi hermano se fue a estudiar a Londres.
Finalmente, otros dirán que el
venezolano es flojo o que trabaja duro pero es explotado. Que aquí no se respetan las leyes, los ricos nunca van presos, los policías son corruptos, y sacarse un papel cuesta billete o palanca –al parecer ahora menos en esto último, pero todo depende del punto de vista-, mientras los políticos se lo roban todo y no hacen nada. La conclusión casi siempre es similar, culpa de la viveza criolla. Nuestra virtud divertida, relajada y habladora se vuelve nuestro peor defecto: la creatividad criminal, el ocio y el vicio como madres del delincuente, la charla del macho que embaraza la carajita y la crianza de la madre consentidora creadora del hombre que repite el modelo del papá –o la falta de éste-, que se gradúa antes de madurar, si es que estudia, y que finalmente termina montando un negocito porque aquí trabajar para alguien no da dinero, o se mete por el mal camino porque es lo que aprende del entorno, quizás obligado por las circunstancias y falta de oportunidades.
Aquí vienen también los lamentos antropológicos, porque para el
venezolano, la culpa siempre es de otros: los españoles que vinieron eran una cuerda de criminales y nos trajeron todos esos vicios, violaron nuestras indias y se robaron el oro, si nos hubiesen conquistado ingleses o portugueses otra historia cantaría; los indígenas nuestros eran unos flojos, nómadas que sólo inventaron la chicha para rascarse y dispararse hierbas por la nariz para drogarse. En otros países –la queja sempiterna- hubo pirámides mayas, calendarios aztecas, y aquí tenemos es el chinchorro y el cuatro, para dormir y cantar. De los negros poco se les achacan defectos, pero si una virtud sabrosísima y caribeña: el tambor y la habilidad para bailar. Tú sabes como son esas negras, que mueven ese culo duro como unas demonias. Humor y retórica, lamento y bonche,
Venezuela popular.
Pero nuestro país también se identifica porque algunos no se la calan y surgen, brillan incluso a nivel mundial y son reconocidos por su quehacer destacado.
Venezolanos como Arturo Úslar Pietri, Alirio Díaz o “El Gato” Galárraga. Ahora se habla de Arango y Dudamel. Intelectuales le dan nombre a avenidas y municipios, así como héroes independentistas, y escritores que no se les ha leído como se debe, como Mario Briceño Iragorry, y grandes mentes como Pablo Pérez Alfonso, creador de la OPEP, que apenas es recordado de vez en cuándo para algún punto político o sentimental, punto débil que tanto éxito le ha dado a las telenovelas criollas, máximo estandarte comunicacional, hasta las cadenas presidenciales de ahora.
Aún así, estos fulgurantes personajes, ideales para ediciones especiales aniversarias de revistas y periódicos, son minimizados como ejemplo, como caso a estudiar, como modelo a seguir. Se usan para la publicidad llorona y la promoción mercadotécnica, pero en liceos y escuelas ni de vaina. Hay que mantener el status quo, porque si algo defiende cada quién en este país, es que las cosas cambien para que sigan igual, o no que no jodan tanto con nuevas leyes, o nuevos gobiernos o nuevas ideas de nada. Déjalo así, vale. Ya uno está acostumbrado a que las cosas son así. Un pueblo bravo, pero paciente, porque está rascao, anda para la playa, viendo la novela o de reposo, porque se operó las tetas.
Otro recurso siempre eficaz en la publicidad, es el extranjero que se siente
venezolano. Del hijo del europeo que llegó pelando, del chino que le gustan las venezolanas, del italiano que escucha joropo, del gallego que asegura que
Venezuela es el mejor país del mundo, con la gasolina más barata que el agua, un clima de eterno verano y donde todos los negocios se pueden hacer. Así las cuñas ponen uun joropito techno, las camisas de béisbol, un gol vinotinto a Brasil, la Orquesta Sinfónica Juvenil y los abrazos de un 31 de diciembre mientras la viejita hace las hallacas.
Internet también significa pasar chistes, por supuesto, miles de presentaciones Power Point sobre la mitología urbana de la advertencia y el terror de la madre paranoica y las fotos porno de alguna desventurada que quiso hacer una gracia para regalársela a su novio. Así se trasladó hasta el chisme/chiste político, la información bajo cuerda del alzamiento militar que nunca sucedió y las verdades que los medios no reflejaban. Más chistes, más fotos y muchísimos más Powerpoint de reflexión católica, mientras la Wikipedia es el site más copiado y pegado en los liceos y universidades del país, pues Monografías.com ya se hizo demasiado evidente. Ya no hay casi programa de radio local que no lea las noticias de cualquier site más o menos ocurrente.
Aún así, toda esta radiografía se nos fue –quizás sólo de vacaciones- con la llegada de la Revolución. Ahora la gente es escuálida o roja, rojita. Eres oligarca o sindicalista. Perteneces al poder popular, o a los alienados por el Imperio. Ya nada más importa sino si estás o en contra del Presidente, y el clasismo explotó como marxismo, en la lucha de clases que se mantenía a raya por esa afabilidad tan nuestra, la solidaridad por sensiblería y el “yo quisiera tener burda de plata algún día”. El venezolano es todo lo que se dijo anteriormente, pero siempre con el calificativo de chavista u opositor. Qué hediondo huele ser un ni-ni en un país que antes no le paraba bolas a nada.
La cosa ha cambiado tanto, que ahora la gente se dice con orgullo ser capitalista, o habla fieramente sobre la injusticia social del neoliberalismo. Ahora muchos recuerdan que tenían un tío guerrillero, y “siempre han sido de izquierda”. Ser un pro-yankee es para algunos una virtud, por un extraño sinónimo de libertad. El Ché y Fidel, que sólo le importa a unos pocos, ahora son tan mentados o amados como en Cuba, y todo se define en si usted ve más VTV o Globovisión, amén de tener o no cable o querer desligarse de esto. ¡Ay de ti!, venezolano que intente quedarse anclado en el pasado, feliz de la vida sin hacer caso de lo que pasa. Hay quién lo confiesa, no sin la reprobación de hasta los que admiten estar cansados de tanta política.
Aún así, hay que admitir cierta conversión positiva de los valores. El criollo es ahora más crítico, más preocupado, más informado. Todo esto con sus antivalores para los más sumisos, los más escapistas, los más mediatizados. La gente quiere saber, quiere involucrarse, se piensa más algunas cosas. Se queja ahora de situaciones más importantes, aprecia circunstancias que siempre se creyeron ganadas para siempre. Pero queremos más.
Para mí, Venezuela es un país de esperanzas pasivas. Un país en la que queremos que todo mejore, que la gente cambie, que el país se resuelva, para que uno pueda por fin vivir bien. Nos quejamos y criticamos, y aunque cada quién contribuya a su manera, porque estudia, trabaja y echapalante, poco hace para ayudar a su empleado, a su vecino o colega. Primero yo, es el slogan. Mientras tanto, pagas para la cita del pasaporte, te sigues comiendo la luz roja sin remordimiento y compras DVD piratas. Al final, todo el mundo lo hace y si tú lo dejas de hacer, no va a pasar nada. ¿Entonces, para cuándo es esto?