Hace unos 6 años, mientras trabajaba en una web de noticias, estaba en una posición económica muy buena, trabajaba freelance y tenía mi Mac nueva. Mis padres se habían divorciado hace unos años, por lo que teníamos una nueva paz familiar en la casa. Yo había dejado de ser vegetariano, evitando un orgullo espiritual que como todo exceso, no es bueno. Me sentía muy bien en lo físico, mental y emocional.
Sin embargo, noté que algo había cambiado físicamente. Un día me golpeé en la espinilla cuando subía las escaleras hacia mi casa, cortándome con el filo metálico. Normalmente, como si una especie de Wolverine, mis heridas se curaban sumamente rápido. Pero esta vez se hizo una roncha, luego otra y en un día ya tenía como cinco. A la semana no sólo no se había curado sino seguían saliendo capas de piel. Mientras tanto, algo similar había sucedido en mi cuero cabelludo: la caspa se había vuelto algo que conocemos como ceborrea, pero era realmente una especie de incesante crecimiento de capas como en mi pierna.
Fui a un primera doctora que dijo que era caspa, después de un examen a cuerpo completo. Me envió un tratamiento que no me alivió sino que empeoró: se fue a mi rostro. Corrí a otro dermatólogo que dio en el clavo: lo que tienes es psoriasis, una enfermedad que provoca que la piel, en lugar de regenerarse cada 21 días, lo haga cada 2 horas, acumulándose en unas ronchas que van desde el cuero cabelludo hasta el resto del cuerpo, especialmente en articulaciones. Me dijo que no afectaría sino la estética de mi piel, y según la gravedad, podría ser más o menos molesto. Me mostró casos de personas que lo tienen en todo el cuerpo, en toda la cara o como una caspa megapoderosa.
Me sentí aliviado porque no era algo crónico ni fatal y al mismo tiempo preocupado porque tenía una dolencia que me dijo que era congénita y de por vida. Ya saben, las etapas del duelo. Me envió unos medicamentos basados en esteroides para el cuerpo cabelludo y la piel, así como múltiples exámenes. Lo confieso, era terriblemente difícil y caro hacérselos todos, y la crema me aliviaba los síntomas poderosamente. Hasta que empezó a escasear, y luego mi cuerpo reaccionaba con más fuerza, y el efecto tardaba más y era menos duradero. Entré en una espiral que me impedía hacer algunas cosas: ya no me quería quitar la camisa en la playa, la piscina, al practicar algún deporte, mientras muchos amigos y compañeros de trabajo y amigos me preguntaban por esas ronchitas que parecían picadas de zancudo en los codos, los labios o los brazos.
Entonces leí sobre el Doctor Abel Poleo, exdirector del Centro Bolivariano de Investigación en Salud. Decía que había encontrado un tratamiento, basado en plantas de la Gran Sabana, que lograba arreglar esta respuesta insistente del sistema nervioso de regenerar la piel, formando escamaciones. Es decir, hiperqueratosis. Me costó mucho, mucho, mucho tiempo conseguir un cita con él, dentro de noticias más o menos reales, vídeos, sus cuentas en redes sociales con consejos y agradecimientos de muchas personas, así como la esperanza de recibir el tratamiento de forma gratuita a través del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales.
Finalmente, este lunes pude asistir con la doctora Gregoria Guanipa, quien estudió e investigó con él las enfermedades sistémicas. Su diagnóstico con un resonador cuántico que midió el funcionamiento de todos mis órganos y la explicación científica de lo que habían encontrado me dio una nueva perspectiva de vida, que al mismo tiempo hace referencia a lo que había vivido y aprendido antes. En una primera revisión, me alertó que los malos hábitos alimenticios, estrés no manejado correctamente y exceso de cortisol podría haber despertado un gen heredado de mi padre y mi abuelo.
Bioquímicamente esto produciría unos OH- (oxidantes) que roban calcio al cuerpo para poder desecharse, mientras generaran unos linfocitos T que llegan al torrente sanguíneo y de allí a la piel. La forma de combatirse eso sería reduciendo las circunstancias que "despiertan" al gen, y la cadena de reacciones que provoca en cada uno de los puntos: la sangre, la dermis y lo celular (mitocondrial).
En primer lugar: alimentación libre de carne de ganado vacuno, lácteos y derivados (no aptos para el adulto y cuyo ingreso en la dieta humana se masificaría en la II Guerra Mundial), enlatados, embutidos, aditivos químicos (cubitos, sabroseadores, salsas industrializadas), azúcar, jugos pasteurizados y bebidas en sobres. Tampoco la carne de cerdo, tabaco, chimó, alcohol o cigarrillos. Todos estos alimentos producen estrés oxidativo que lleva a la degeneración progresiva de la enfermedad. Por otro lado, puedo consumir papelón, leche de soya y queso de cabra o búfala.
Lo que sí: frutas, vegetales verdes con aceite de oliva, hortalizas y granos para la vitamina E y el calcio de forma natural. Frutos y semillas secas y cereales. De nuevo, nada de Corn Flakes ni similares, sino lo más vivo, crudo y natural posible. Entre las ideas que vuelven a mí, está el comer falafel, tofu, carne de soya y hasta intentar con productos que se han popularizado con el fitness, como la leche de almendras, y echar mano de lo que he aprendido con Deleite Cacao: dulcería para celíacos, intolerantes a la lactosa y diabéticos, que conocí gracias al Picnic Urbano. Unir los puntos hacia atrás, como dijo Steve Jobs en Stanford. Todo lo que hacemos nos lleva hacia donde vamos a ir.
Sobre los hábitos de vida: dormir de 10 PM a 4 AM para la reducción de cortisol y la regeneración celular (que no sucede si duermes después de esa hora). Lo confieso: un zombinauta nunca hubiese pensado en esto, ni un geek que ha pasado toda la noche despierto en la red. Pero me decidí a cambiar mi vida, aunque ya esté lejos de esos madrugonazos, tampoco estoy en lo que me recomiendan médicamente, dormir con todo apagado a las 9:30 de la noche. Además, regresar a la práctica del Yoga y tener recreación semanal, quincenal o mensual, hacer 30 minutos de ejercicio diario y un adecuado manejo del estrés. Para mí, parte de eso es escribir este cuento largo, como una especie de confesión para compartir la alegría del cambio y este nuevo reto por mi bienestar. Sí, estoy escribiendo esto en el blog del Irresponsable.
Toda esta información provendría de la tesis de grado que Poleo y Guanipa. Y claro, hay más. Dentro del cuerpo hay elementos bioacumulativos, oligoelementos y vitaminas, que hacen daño por exceso o defecto. Los metales pesados deben salir, algunos producto de fumar o ser fumador pasivo, lo ambiental o el agua. En mi caso por haber fumado. Mientras que el uso de los esteroides de forma consecutiva -que no deben usarse por más de 15 días- deja también ciertas implicaciones.
La segunda vez que me tocó cita, el enfermero del doctor Poleo me mandó a llamar. Me hice un pediluvio como él pide, otra resonancia cuántica y me examinó. Poleo es dermatólogo tropical y neuropsicólogo clínico. Tras una consulta para hablar de la vida, los síntomas y hacer un examen completo, me determinó que mi psoriasis no era ni por estrés ni por herencia: era una neurotoxina provocada por la permanente sinusitis, algo que tengo desde mi infancia con asma.
Lo que viene: además del cambio de hábitos, vida y mentalidad, quelaciones con EDTA para extraer los radicales libres y elementos tóxicos acumulados, un tratamiento que incluye un jarabe, jabón medicado y una crema, producidos por el propio Abel Poleo Romero (buenos apellidos para la profesión que eligió), y un tratamiento con un poderoso antibiótico llamado Amikacina, que combatiría la infección bacterial que termina afectando mi piel.
Luego vendría una sueroterapia con células madres y una vacuna de memoria inmunológica. Empecé el pasado 16 de septiembre, he cumplido la dieta en 98% (tengo dudas sobre el embutido de pollo y algunos errores involuntarios), lo que me quitó cierto sobrepeso, pero ha detenido la salida de nuevas lesiones mientras observo mejoras generales en mi cuerpo. Sé que me puedo curar completamente.
26 noviembre 2014
25 noviembre 2014
Batman y Robin atracan en Santa Rita, Maracay
Con esta crónica me gané el II Concurso de Crónicas de la Universidad Bicentenaria de Aragua, núcleo Turmero, mientras era estudiante en 2008. Se basó en un informe policial que llegó a mis manos. Todos los datos son fidedignos, incluido el apellido del personaje principal, según revela una búsqueda en el CNE que posee a muchos más ciudadanos de origen árabe en el país que lo comparten.
Ariagnys Aguilarte tiene 19 años. Conoce muy bien a Francisco de Miranda, el barrio donde vive y trabaja. Cuando camina por las calles, se sabe de memoria los huecos de las aceras, los lugarcitos para meter el papelito entre rejas y postes de luz, las paradas de autobús con menos gente y cómo encontrar una tarjetica telefónica cuando en todas las panaderías le dicen que el muchacho de Movistar no ha venido.
Ella también se conoce a los bichitos de su comunidad. El vecino que se ha dedicado a protestar y trabajar por el barrio toda la vida, el viejito loco que se la pasa borracho y las más chismosas de cada cuadra. Conoce de héroes y tragedias y hasta de superhéroes, pero ese día no hay nada que le arruine la sonrisa, el cabello y las esperanzas.
Hoy hasta les tira un beso a los mecánicos que le han dicho piropos ginecológicos, salta un charco, lleno de papeles de helados, con gozo inexplicable y se mira en el vidrio de la puerta de una camión de patilla que está parado en frente a un negocio donde venden DVDs y televisores.
Ariagnys trabaja en un Centro de Comunicaciones en el Centro Comercial La Entrada, en la Avenida Generalísimo Francisco de Miranda en Santa Rita, estado Aragua. La siempre transitada vía la conocen los vecinos como Avenida Llano Largo. Es más corto y así no se confunden.
Hoy es 30 de mayo, viernes y día de cobro. Las farmacias, el restaurante, la cauchera y la venta de repuestos que están cerca de su trabajo, están llenas de gente. Hoy ha salido más temprano de su casa para llegar, le han dicho más y peores piropos y tiene ya varios mensajitos de texto preguntándole si mañana va a pagar el perfume que pidió por catálogo.
Aún así, Ariagnys cuenta las horas para salir del trabajo. Al día siguiente cumple 20 años.
La tarde trae lo de siempre: gente sin sencillo, llamadas que no caen, las que nadie hizo, cuentas por cobrar, espérame un momento que ya te traigo el dinerito y esperas porque la gente quiere hablar privadamente, dentro de una cabina. Pero ella sólo piensa en que su cumpleaños hace mucho tiempo que no caía sábado.
Cerca de las 4 de la tarde, entran dos hombres al local. Ambos son delgados. Uno es moreno, de cabello crespo y negro, con un pantalón marrón con degradados y una franela azul. Trae un bolso Converse azul con rayas. El otro es blanco, cabello liso, es más pequeño. Tiene cara de chamito. Carga una bermudas playera blanca con estampados, y una franela verde.
Ella conoce al mayor, su papá es árabe y lo tienen chalequeado en el barrio por su apellido, pero ella no se acuerda. Se muerde el labio al verlo afuera, frente al negocio, tratando de recordar y seguir disfrutando su tarde del viernes. ¿Será Ángulo?, piensa ella riéndose y se voltea a recoger un papel que se le cayó.
Al entrar, los dos hombres sacan sendas armas de fuego y apuntan a Ariagnys. No es una acción con cualquier pistolita de juguete y mucho guáramo, son unas “hierros” con historia. Una Jennings Fire Arms Brico y una Smith Swesson 9 mm, ambas solicitadas por el CICPC desde el 2006 por hurto genérico común en San Juan de los Morros y Maracay. Unas bichas buscadas por la policía.
Los asaltantes quieren todo: efectivo, celulares y hasta saldo. Cargan con 427 bolívares en billetes, 11 teléfonos nuevos y 13 tarjetas prepago con 215 bolívares en mensajitos y llamadas. El mayor de los dos, tiene 21 años y se llama Christopher Bachir Batman Castillo, según certifica el CNE, el cual también registra que Superman vota en Venezuela.
Menos mal que Ariagnys sigue sin recordar el apellido del tipo en medio del susto de tener las dos pistolas en el rostro y la rabia de arruinarle la víspera cumpleañera. Ella tiene miedo, quiere dejar atrás los dieci, quiere vivir para contarlo.
Según vecinos de la zona, Batman no tiene necesidad de delinquir, pero está metido en varias cosas raras. Su “Robin” tiene apenas 16 años. Los dos viven en el Sector Las Malvinas del barrio Camburito, también en Santa Rita. Son vecinos. No muy buenos
No hay cámaras, no hay gente entrando ni saliendo del local, pero hay testigos.
Dos personas más han visto lo que sucede. Alirio Lizardo es un cliente del Centro de Comunicaciones y se escondió dentro de una cabina telefónica cuando escuchó lo que pasaba. Ha llamado a la policía desde allí, tratando de no hacer ruido. Freddy Díaz, es un vigilante privado de la zona y ha salido corriendo a buscar ayuda, gritando por la calle que hay un atraco en el local.
En la esquina que se forma con la calle San Yeli Peña, donde está la Panadería La Caridad y un puestito de alquiler de teléfonos, se encuentran tres oficiales de inteligencia de la Policía de Aragua en una patrulla camuflada de taxi. Ellos visten de civil pero cargan las chapas dentro de la camisa. Uno está comprándose una malta, otro llamando por teléfono. El tercero está dentro del automóvil. La mayoría de los malandros ya las conocen y no se confían, pero así es el procedimiento.
Al escuchar la alerta del vigilante, se dirigen inmediatamente hasta el local, empuñando sus armas de reglamento, encontrándose con Batman y su compañero, quienes trataban de escapar. Ante la inesperada comitiva, hubo un intercambio de disparos, y los antisociales volvieron al Centro de Comunicaciones, tomándola como refugio y de rehén a Ariagnys.
También se disparan insultos y amenazas: ¡sal de esa mierda, marico! Arranquen de aquí, pacos mamaguevos.
La Baticueva nunca había parecido tan fuera de la ley como ahora. Batman se enconcha. Robin se arruga y Ariagnys quiere su feliz cumpleaños.
Es hora de negociar, de parlamentar. Vamos a hablar, pues. El Sargento Argenio Pinto trata de dialogar con los ahora secuestradores. La cosa se les agrava legalmente, les dice. Privación ilegítima de libertad. Batman y el chamito le dicen que entre al local, pero desarmado. Pinto entrega visiblemente su arma e ingresa al Centro de Comunicaciones. Sus compañeros se quedan en los alrededores, preparados para todo y llamando a los refuerzos. Son las 4:50 de la tarde. El viernes se enciende.
Dentro, el oficial trata de convencer a los asaltantes a entregarse, tratando de calmar a Batman, que se encontraba muy nervioso y apuntaba con su pistola a la cabeza de Ariagnys, que comienza a llorar mientras piensa que no soplará las velitas mañana.
Llegan 4 patrullas que bloquean el paso entre las calles Da Marzo y San Yeli Peña, que hacen esquina con la Avenida e impiden el paso de curiosos, que se amontonan. 3 agentes más se acercan al Centro Comercial y apuntan hacia adentro. Uno lo tiene en la mira. Un tiro limpio, en la frente de Batman, como en las películas. Sólo espera por la orden del Inspector Solórzano.
En ese momento, el adolescente, más asustado, entrega el arma y empieza a insistirle a Batman para que haga lo mismo, diciéndole que arriesgaban la vida sin necesidad. Nos van a matar, pajuo. Nadie sale del local. Batman insiste en que no se entregará ni lo sacarán vivo de allí. Un tipo como él no puede ir preso. El chamo insiste y se acerca al policía, que lo mira con el rabo del ojo.
Batman hace peticiones: quiere hablar con su mamá y con su novia. Parece que baja la guardia pero lo que quiere es despedirse de ellas porque no piensa entregarse. Con los riales o muerto, le dice a Pinto. El policía ve una oportunidad y le presta su celular. Batman habla con su mamá, la señora Alida. Luego, llama a su novia. Ella le dice que está en la esquina, junto al puesto de teléfonos. No la dejan pasar aunque les dijo quien era a los policías.
Él dice que la ama, pero no se va a entregar, que gracias por todo. Ella parece hablar muy fuerte por el teléfono. Informan por la radio al sargento que hay una chama que está histérica en el cordón policial, gritando por teléfono y pidiendo entrar para convencerlos de entregarse.
Mientras habla, Batman parece perder súperpoderes. Como usaba uno de sus brazos para retener a Arisgnys, la otra mano sostenía el celular y la pistola al mismo tiempo, dejando el arma guindando, ya no apuntaba a la rehén sino podía dispararse para cualquier lado. El ojo del agente lo apunta directamente. Solórzano le bajo el brazo. ¡Puedes matar a la jeva, guevón!
Hablan muchísimo. Batman abraza su botín. El adolescente está callado. Pinto está esperando. La gente chismea afuera. Es quincena, y viernes, mañana cumple Ariagnys, 20 años.
La novia lo convence. Batman se va a entregar, todo va a salir bien.
Uno de los efectivos va en busca del taxi/patrulla. Lo maneja en retroceso por la calle que está bloqueada y da la vuelta frente a la entrada del Centro Comercial que da al Centro de Comunicaciones. Batman suelta la pistola y libera a Ariagnys. Otro policía entra. Esposan a ambos delincuentes y se los llevan por una calle adyacente hasta el Comando Central “Antonio José de Sucre”, en la Avenida Constitución.
Toman las declaraciones del cliente que estaba escondido dentro de una cabina, del vigilante que salió gritando y de la ahora liberada encargada.
A salvo de Batman, el día siguiente, Arignys celebró su cumpleaños.
Ariagnys Aguilarte tiene 19 años. Conoce muy bien a Francisco de Miranda, el barrio donde vive y trabaja. Cuando camina por las calles, se sabe de memoria los huecos de las aceras, los lugarcitos para meter el papelito entre rejas y postes de luz, las paradas de autobús con menos gente y cómo encontrar una tarjetica telefónica cuando en todas las panaderías le dicen que el muchacho de Movistar no ha venido.
Ella también se conoce a los bichitos de su comunidad. El vecino que se ha dedicado a protestar y trabajar por el barrio toda la vida, el viejito loco que se la pasa borracho y las más chismosas de cada cuadra. Conoce de héroes y tragedias y hasta de superhéroes, pero ese día no hay nada que le arruine la sonrisa, el cabello y las esperanzas.
Hoy hasta les tira un beso a los mecánicos que le han dicho piropos ginecológicos, salta un charco, lleno de papeles de helados, con gozo inexplicable y se mira en el vidrio de la puerta de una camión de patilla que está parado en frente a un negocio donde venden DVDs y televisores.
Ariagnys trabaja en un Centro de Comunicaciones en el Centro Comercial La Entrada, en la Avenida Generalísimo Francisco de Miranda en Santa Rita, estado Aragua. La siempre transitada vía la conocen los vecinos como Avenida Llano Largo. Es más corto y así no se confunden.
Hoy es 30 de mayo, viernes y día de cobro. Las farmacias, el restaurante, la cauchera y la venta de repuestos que están cerca de su trabajo, están llenas de gente. Hoy ha salido más temprano de su casa para llegar, le han dicho más y peores piropos y tiene ya varios mensajitos de texto preguntándole si mañana va a pagar el perfume que pidió por catálogo.
Aún así, Ariagnys cuenta las horas para salir del trabajo. Al día siguiente cumple 20 años.
La tarde trae lo de siempre: gente sin sencillo, llamadas que no caen, las que nadie hizo, cuentas por cobrar, espérame un momento que ya te traigo el dinerito y esperas porque la gente quiere hablar privadamente, dentro de una cabina. Pero ella sólo piensa en que su cumpleaños hace mucho tiempo que no caía sábado.
Cerca de las 4 de la tarde, entran dos hombres al local. Ambos son delgados. Uno es moreno, de cabello crespo y negro, con un pantalón marrón con degradados y una franela azul. Trae un bolso Converse azul con rayas. El otro es blanco, cabello liso, es más pequeño. Tiene cara de chamito. Carga una bermudas playera blanca con estampados, y una franela verde.
Ella conoce al mayor, su papá es árabe y lo tienen chalequeado en el barrio por su apellido, pero ella no se acuerda. Se muerde el labio al verlo afuera, frente al negocio, tratando de recordar y seguir disfrutando su tarde del viernes. ¿Será Ángulo?, piensa ella riéndose y se voltea a recoger un papel que se le cayó.
Al entrar, los dos hombres sacan sendas armas de fuego y apuntan a Ariagnys. No es una acción con cualquier pistolita de juguete y mucho guáramo, son unas “hierros” con historia. Una Jennings Fire Arms Brico y una Smith Swesson 9 mm, ambas solicitadas por el CICPC desde el 2006 por hurto genérico común en San Juan de los Morros y Maracay. Unas bichas buscadas por la policía.
Los asaltantes quieren todo: efectivo, celulares y hasta saldo. Cargan con 427 bolívares en billetes, 11 teléfonos nuevos y 13 tarjetas prepago con 215 bolívares en mensajitos y llamadas. El mayor de los dos, tiene 21 años y se llama Christopher Bachir Batman Castillo, según certifica el CNE, el cual también registra que Superman vota en Venezuela.
Menos mal que Ariagnys sigue sin recordar el apellido del tipo en medio del susto de tener las dos pistolas en el rostro y la rabia de arruinarle la víspera cumpleañera. Ella tiene miedo, quiere dejar atrás los dieci, quiere vivir para contarlo.
Según vecinos de la zona, Batman no tiene necesidad de delinquir, pero está metido en varias cosas raras. Su “Robin” tiene apenas 16 años. Los dos viven en el Sector Las Malvinas del barrio Camburito, también en Santa Rita. Son vecinos. No muy buenos
No hay cámaras, no hay gente entrando ni saliendo del local, pero hay testigos.
Dos personas más han visto lo que sucede. Alirio Lizardo es un cliente del Centro de Comunicaciones y se escondió dentro de una cabina telefónica cuando escuchó lo que pasaba. Ha llamado a la policía desde allí, tratando de no hacer ruido. Freddy Díaz, es un vigilante privado de la zona y ha salido corriendo a buscar ayuda, gritando por la calle que hay un atraco en el local.
En la esquina que se forma con la calle San Yeli Peña, donde está la Panadería La Caridad y un puestito de alquiler de teléfonos, se encuentran tres oficiales de inteligencia de la Policía de Aragua en una patrulla camuflada de taxi. Ellos visten de civil pero cargan las chapas dentro de la camisa. Uno está comprándose una malta, otro llamando por teléfono. El tercero está dentro del automóvil. La mayoría de los malandros ya las conocen y no se confían, pero así es el procedimiento.
Al escuchar la alerta del vigilante, se dirigen inmediatamente hasta el local, empuñando sus armas de reglamento, encontrándose con Batman y su compañero, quienes trataban de escapar. Ante la inesperada comitiva, hubo un intercambio de disparos, y los antisociales volvieron al Centro de Comunicaciones, tomándola como refugio y de rehén a Ariagnys.
También se disparan insultos y amenazas: ¡sal de esa mierda, marico! Arranquen de aquí, pacos mamaguevos.
La Baticueva nunca había parecido tan fuera de la ley como ahora. Batman se enconcha. Robin se arruga y Ariagnys quiere su feliz cumpleaños.
Es hora de negociar, de parlamentar. Vamos a hablar, pues. El Sargento Argenio Pinto trata de dialogar con los ahora secuestradores. La cosa se les agrava legalmente, les dice. Privación ilegítima de libertad. Batman y el chamito le dicen que entre al local, pero desarmado. Pinto entrega visiblemente su arma e ingresa al Centro de Comunicaciones. Sus compañeros se quedan en los alrededores, preparados para todo y llamando a los refuerzos. Son las 4:50 de la tarde. El viernes se enciende.
Dentro, el oficial trata de convencer a los asaltantes a entregarse, tratando de calmar a Batman, que se encontraba muy nervioso y apuntaba con su pistola a la cabeza de Ariagnys, que comienza a llorar mientras piensa que no soplará las velitas mañana.
Llegan 4 patrullas que bloquean el paso entre las calles Da Marzo y San Yeli Peña, que hacen esquina con la Avenida e impiden el paso de curiosos, que se amontonan. 3 agentes más se acercan al Centro Comercial y apuntan hacia adentro. Uno lo tiene en la mira. Un tiro limpio, en la frente de Batman, como en las películas. Sólo espera por la orden del Inspector Solórzano.
En ese momento, el adolescente, más asustado, entrega el arma y empieza a insistirle a Batman para que haga lo mismo, diciéndole que arriesgaban la vida sin necesidad. Nos van a matar, pajuo. Nadie sale del local. Batman insiste en que no se entregará ni lo sacarán vivo de allí. Un tipo como él no puede ir preso. El chamo insiste y se acerca al policía, que lo mira con el rabo del ojo.
Batman hace peticiones: quiere hablar con su mamá y con su novia. Parece que baja la guardia pero lo que quiere es despedirse de ellas porque no piensa entregarse. Con los riales o muerto, le dice a Pinto. El policía ve una oportunidad y le presta su celular. Batman habla con su mamá, la señora Alida. Luego, llama a su novia. Ella le dice que está en la esquina, junto al puesto de teléfonos. No la dejan pasar aunque les dijo quien era a los policías.
Él dice que la ama, pero no se va a entregar, que gracias por todo. Ella parece hablar muy fuerte por el teléfono. Informan por la radio al sargento que hay una chama que está histérica en el cordón policial, gritando por teléfono y pidiendo entrar para convencerlos de entregarse.
Mientras habla, Batman parece perder súperpoderes. Como usaba uno de sus brazos para retener a Arisgnys, la otra mano sostenía el celular y la pistola al mismo tiempo, dejando el arma guindando, ya no apuntaba a la rehén sino podía dispararse para cualquier lado. El ojo del agente lo apunta directamente. Solórzano le bajo el brazo. ¡Puedes matar a la jeva, guevón!
Hablan muchísimo. Batman abraza su botín. El adolescente está callado. Pinto está esperando. La gente chismea afuera. Es quincena, y viernes, mañana cumple Ariagnys, 20 años.
La novia lo convence. Batman se va a entregar, todo va a salir bien.
Uno de los efectivos va en busca del taxi/patrulla. Lo maneja en retroceso por la calle que está bloqueada y da la vuelta frente a la entrada del Centro Comercial que da al Centro de Comunicaciones. Batman suelta la pistola y libera a Ariagnys. Otro policía entra. Esposan a ambos delincuentes y se los llevan por una calle adyacente hasta el Comando Central “Antonio José de Sucre”, en la Avenida Constitución.
Toman las declaraciones del cliente que estaba escondido dentro de una cabina, del vigilante que salió gritando y de la ahora liberada encargada.
A salvo de Batman, el día siguiente, Arignys celebró su cumpleaños.
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