Desde que asumimos el compromiso de llevar almuerzos divertidos a los 300 estudiantes de la UE Padre Juan José Zugarramurdi II en San Vicente, al sur de Maracay, siempre quise llevar comidas completas.
Aprendimos en una charla de Susana Raffali, experta en crisis alimentarias de Cáritas, que en los sectores populares era común el consumo de carbohidratos como pasta, arroz y harina de maíz, siendo muy escaso el consumo de proteína animal mientras el consumo de hortalizas y vegetales se restringía a yuca, papa y esas bolsitas de aliños que venden al detal.
Así que cuando decidimos hacerles una sopa de costilla -con papelón con limón- lo que hicimos fue comprar 40 kilos de verduras, 30 kilos de carne y muchísimos aliños diversos. Las mamás colaboradoras montaron un olla descomunal sobre las brasas, revolviendo con alegría una sopa a la que le sobraban ingredientes, quedando bien espesa. La receta funcionó a la perfección: olía y sabía sabroso, llenó pancitas y quedó sumamente nutritiva
Y aunque 60% de la matrícula de la escuela son niñas, no hubo Mafaldas. Ningún chamo le hizo malos ojos a la sopa, al contrario, pedían repetir, se comieron todas las verduras y dejaron la carne de último, sorbiendo los nutrientes en medio de risas y juegos. Y claro que recuerdan la pizza, el pollo, el pabellón y las amadas hamburguesas pero este caldo les calentó el alma, el cuerpo y el espíritu.
¡Vivan las buenas sopas!
Sin agua no hay vida y casi no hubo sopa. Después de varios días en que Aruska dedicó a comprar y transportar los alimentos, así como las mamás colaboradoras en picar y dejar listo los aliños y la carne, supimos un día antes de su elaboración que la aguda escasez de agua había acabado con todas las reservas de la escuela, así que no había una sola gota. La sopa no podría realizarse.
La decisión implicaba además tener que buscar todos los alimentos para que no permanecieran el fin de semana en las neveras de la escuela, bajo la amenaza de los apagones eléctricos así como un posible hurto. Era mejor cubrir todas las posibilidades.
Una llamada de último minuto salvó el día después que supimos que una cisterna de agua cobraría 40 dólares por llenar el tanque subterráneo de la escuela.
La directora dijo que ella movería en su carro todos los botellones de agua necesarios para hacer la sopa, así como atender los baños e incluso hacernos un café.
Los platos rebosantes fueron servidos por la señora Carmen y las otras mamás colaboradoras, así como por Aruska Hernández y Araibel Muñoz, desde los pequeñitos de preescolar hasta los más grandes. Pudimos servirles a todos los trabajadores de la escuela, a nuestros becados –quienes cada lapso han traído mejores notas- e incluso a algunos exalumnos que siempre nos visitan.
Cada niño tuvo su trozo grande de proteína animal, muchísimas verduras y el cariño de las mamás y maestras que los guían para bajar de sus salones, lavarse las manos, rezar y agradecer antes de comer. Aquí estamos haciendo país, desde los chiquiticos, un plato a la vez.
Los niños también estaban practicando una obra para el Día Mundial del Ambiente, que se celebra el 5 de junio. Con sus disfraces de cartón hacían muecas mientras me repetían sus líneas.
De nuevo surgió otro tema de género. Después de la pelea porque actuar juntos en una obra de la escuela no significaba tener una relación amorosa, ahora una niña le cayó a golpes a un niño, quien se rehusó a defenderse o pegarle. Eso trajo burlas: "te dejaste joder por una niña". Lo aparté, lo consolé y le dije que había estado muy bien no pegarle, mientras le dije a la niña delante de todos que a violencia jamás resolvía los problemas porque nacían unos nuevos, que eran las peleas a gritos que habían ahora sobre si un niño podía o no defenderse a golpes contra una niña. Ellos dicen varón y hembra, claro. Y subrayé que eso aplicaba en todos los casos, sin que importar el género.
También continúan las obras para los baños, nuevo comedor y próximo huerto gracias a Luis Cataño, Diomar Castellanos y Enrique Garcia.
En la primera foto, los niños modelan los postres enviados por Karla Alzuro de SOS Niños de Venezuela
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