Como todos, yo también me pongo a pensar recurrentemente en algunos episodios de mi pasado. Algunos muy gratos de la niñez y otros menos deseables de la adolescencia. Por ejemplo, suelo recordar que de regreso de la playa en la camioneta Caribe 442 de mis papás, con mis hermanos profundamente dormidos, ellos empezaron a criticar a la pareja con quienes estábamos quedándonos. Un mal hábito familiar consistía en desaprobar las costumbres ajenas, consideradas estúpidas, inverosímiles o de mal gusto, lo que no llevaba a dejar de frecuentarlos.
- ¿Estás dormido?
No lo estaba totalmente, sino que como muchas otras veces, sólo prefería estar en silencio, simular estar dormido para pensar en tranquilidad, algo que al parecer era indeseable o incluso molesto en un niño.
No respondí, para escuchar una conversación que había bajado de tono hasta volverse un susurro.
- ¿Cuándo harán el amor? preguntó mi papá
No había intimidad en un apartamento con cuatro adultos y cinco niños entre los 4 y los 12 años que tenía M, el mayor de ellos.
- ¿Será que lo hacen en la ducha? Entran juntos y se tardan mucho, aventuró mi mamá.
Lo demás no lo recuerdo porque de verdad me dormí, o lo que decían ya escapaba a mi comprensión como para retenerlo en mi memoria.
Luego fue inevitable imaginar la escena sexual intuida por mis padres. La mecánica de hacerlo parados -que fue el último chiste paternal antes de caer infantilmente en los brazos de Morfeo- me intrigaba mucho más que cualquier posible imagen erótica. Fue una imagen que atesoré más tarde en mi adultez como un reto sensual altamente deseable, una fantasía recurrente que me ha acompañado por años, en la que soy un poderoso hombre que logra tener intimidad en secreto, parado en una ducha pequeña y esquivando las certezas de quienes están del otro lado de la puerta.
Era la posibilidad de hacer algo, sospechoso pero incierto, lícito pero escondido a los ojos y oídos de la obviedad.
- Buenos días, amigos, ¿cómo amanecen, se van a bañar?, le preguntó mi papá a sus amigos al día siguiente.
Sin poder esconder sorpresa, se quedaron petrificados unos larguísimos segundos mientras los miraban de frente. Mi papá aprovechó de masticar otro pedazo de pan en ese infinita y pequeñísimo lapso de espera.
Se rieron, y dijo ella: sí, rapidito esta vez para salir temprano.
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