* Dos mujeres de distintas generaciones revelan la historia detrás de su debut maternal, cuando a pesar de la posibilidad de tener sus propios retoños, la vida les dio una oportunidad que tomaron con el pecho palpitando, ser madres adoptivas.
Adoptar en nuestro país puede ser
una verdadera labor de largo aliento, dolorosa y en algunos casos, frustrante.
Lejos del quirófano, los tribunales, los prejuicios y la espera van en
contraste con los sentimientos de ternura, cercanía y amor que se gesten y
crece a diario entre madre e hijo, descubriéndose uno al otro en el vínculo y
en el nuevo rol afectivo.
El Chino e Ira
Abogada, descendiente de
italianos y caraqueña. Ira Vergani se describe en su cuenta de Twitter como terca
y mamá de JG, quien tiene nueve años y sueña con ser policía, chef y médico.
Hace seis años, Ira estaba
divorciada, tenía un buen trabajo, viajaba y no estaba buscando hijos. Tampoco
tenía pareja. Pero era voluntaria en la Fundación
Amigos del Niño que Amerita
Protección (Fundana), por lo que dedicaba sus fines de semana a
colaborar con las enfermeras, madrinas y tías que la ONG posee en sus Villas de
Chiquiticos para los niños en situación de riesgo que acogen.
Ayudó durante tres o cuatro meses
en maternal. “Allí es donde hacían falta más manos y donde más escaseaban,
donde aprendí que los brazos no hacen daño para cargarlos en lugar de dejarlos
llorando. Iba a ayudar a bañarlos, hacerles tetero, jugar con ellos, darles la
comida”. Entonces el personal le sugirió ir a otra villa, donde había niños más
grandes para que conociera a El Chino que tenía apenas 3 años cuando se
conocieron, con un destino común que develarían.
Cada fin de semana se conocían
mejor, compartían y se creaba un lazo afectivo que se expandió hacia lo
familiar, cuando con permisos especiales, salían a un cumpleaños, al cine,
incluso, compartieron 24 y 31 de diciembre juntos en la que el arbolito lleno
de regalos fue una explosión de emoción y amor, porque toda la familia se había
encariñado también. En Fundana le preguntaron si querría adoptarlo. Pero tuvo
dudas. No tenía pareja y a pesar del cariño, temió. Pensaba que sólo estaba
siendo una muy buena voluntaria.
Entonces El Chino recibió una
medida que le asignaba una colocación temporal en familia sustituta que le daba
acogida. A las tres semanas recibió otra llamada, en lo que ella atribuye a la
mano divina para su destino mutuo. Al bebé lo devolvieron. La familia al
parecer no estaba preparada para el reto que asumían. Dijeron que lloraba
mucho, que no hacía caso.
“Fue una segunda oportunidad,
Dios me estaba diciendo algo y esta vez aunque tenía miedo tuve que
considerarlo”. Cuando se reencontraron, él corrió hacia ella y se fusionó en un
abrazo de cinco minutos donde no hicieron falta las palabras. Lo decía todo el
calor y la alegría de volver a estar juntos. Empezó el proceso de
emparentamiento previo a la colocación familiar, una medida temporal que puede
convertirse en definitiva, en la que una pareja o individuo acoge a un niño en
su hogar tras una evaluación legal de idoneidad que no tiene que ver solamente
con lo socioeconómico sino con lo psicológico, de seguridad doméstica y compromiso
personal.
Le permitían quedarse todo el fin
de semana juntos. Lo buscaba el viernes al mediodía y se despedían, cada semana
con más dolor y lágrimas, los domingos en la noche. Él ya le decía mamá. Ella
le decía que no se podía quedar porque hacía falta un permiso. “Medito todo muy
bien antes de actuar, no quería fallarle a un bebé que había recibido dos
rechazos, primero de su madre biológica, de la que sabemos sólo que lo abandonó
al nacer, y ahora esta familia que no al parecer no sabía a lo que se enfrentaba,
así que me puñaleé en grupos de Internet y libros, sobre el ser madre soltera y
adoptiva, consulté psicólogos, quería estar preparada porque era una decisión
para toda la vida, porque además estaba la incertidumbre que esta medida de
colocación deba ser aprobada por el tribunal e incluso luego de esto se acabe
hay seguimiento, es angustiante”.
El Chino cumplía años un lunes,
23 de octubre, así que Ira había planificado una fiesta para el sábado
siguiente, por buena suerte, y pidió permiso para que se quedara un día más y
poder picarle una torta en familia, para estar de regreso el martes. Ese mismo
día, a las tres de la tarde, recibió una llamada. El tribunal había aprobado la
colocación. Las lágrimas brotaron con una emoción desbordada, llamó a su mamá
pero apenas pudo hacerse entender. Así que corrió, compró globos de helio y al
verlo dijo: “tenemos el permiso”. Se le quiebra la voz al contármelo, se me
aguan los ojos al escribirlo. Dejaron escapar los globos con un mensaje para
Dios. “Gracias por este regalo”, dijo Ira. “Gracias por el permiso”, pronunció
el cumpleañero, quien empezó a los pocos días en un preescolar chiquito cerca
de su nueva casa.
Seis meses después solicitó la
adopción, a pesar que le habían dicho que esperara un año. Como abogada, se
movió fuertemente en tribunales, usando su experiencia. Eso implicaba además,
citas con el psicólogo, el psiquiatra, la trabajadora social y los médicos. Era
poco el personal, muchísimos los casos y hasta aceptó, sin saberlo previamente,
una sesión maratónica de cinco horas de evaluación, que hubiesen requerido
cinco sesiones que pudieron retrasarse indefinidamente. Todo para determinarlos
como adoptable e idónea para adoptar. A pesar de esto, la
Ley Orgánica de Protección al Niño, Niña y
Adolescente (LOPNNA) cambió, cerró por cinco meses la Oficina Nacional de Adopción, y
JG hacía una pregunta legítima: ¿Mamá, cuándo me voy a llamar
Vergani como tú?.
La llamada avisando que el
tribunal decretó la adopción volvió a llegar, providencialmente, otro 23 de octubre, en su sexto cumpleaños. “Ese día fue de nacimiento, la de él como hijo
mío y la mía como mamá de él. Fue un acto de amor mutuo”.
JG e Ira listos para un viaje |
Ahora, Ira está casada, y aunque
JG al principio se mostró celoso, ahora firma en su cuaderno escolar
con los cuatro apellidos, de su mamá y de su papá. Sobre su mamá biológica,
aunque va recibiendo información acorde a su edad, le dice “Pobrecita por lo
que pasó”.
“Mi Día de la Madre es súper especial, él
siempre ha sido súper afectuoso, así que me trae el desayuno a la cama, y
aunque ya sé que me tiene unas pulseras que le dio mi mamá, me tiene amenazada con
que no me pudo comprar nada”, revela Ira con voz sonreída y cómplice. “Lo amo
como si hubiese nacido de mi vientre, puede sonar cliché pero mi vida adquirió
sentido cuando él llegó”.
El Chino es mucho más moreno que
su mamá, lo que ha traído algunos comentarios imprudentes delante de él. A lo
que el chamo siempre responde orgulloso que fue adoptado. Estudia en un colegio
donde conoce la diversidad social, religiosa y personal, que no sienta que es
el único diferente, sino que todos somos distintos.
Ella, amantísima madre, ganó el
segundo lugar en el Concurso de Cartas de Amor del 2010 que organiza Montblanc,
con una misiva dirigida a la madre biológica de su hijo. Y ahora está en
búsqueda de un hermanito menor para El Chino, ya ansioso de ser el mayor de la
casa.
Negrín es la mayor
La risa traviesa y cómica es una
constante de la conversación. A sus 82 años, la señora Elena de Romero mantiene
intacta la memoria. Recuerda como hace seis décadas una niñita “que le habían
regalado a mi suegra” quedó a su cuidado cuando ella murió. La bebé tenía 5
años. Un cuñado era su tutor, y se las entregó junto a los papeles. El joven
matrimonio no tenía hijos, así que se estrenaron como padres de corazón,
iniciando el papeleo cuando casi iba a cumplir los 18 años”.
La señora Elena rodeada de hijos y nietos. Arriba, Vidalina "Negrín" Romero. |
“En el tribunal nos decía que no lo
hiciéramos, porque ya habíamos tenido seis hijos más, y que a la hora de una
herencia eso iba a causar conflicto, pero yo le decía a Carlos, mi marido, ¿qué
se van a pelear si no tenemos nada?”. Doña Elena soltó la primera risa
chiquita.
Al principio, Vidalina no quería
quedarse en su nueva casa. No se dejaba bañar, y le decía papá a sus tres tíos.
“Quería estar siempre en la calle”. El señor Romero puso carácter con sus
hermanos. “Si se va a quedar con nosotros, no se la pueden llevar cada vez que
quieran”. “Costó un poco al principio, fue problemático, pero resultó que ahora
ella es la que me cuida a mí, ahora que se jubiló como enfermera”. Se ríe
traviesa. “Ella siempre me llamó Elena, pero cuando hablaba con los demás,
decía mi mamá para referirse a mí”.
Ahora, en la reunión de hermanos,
todos confiesan que Negrín, como le dicen cariñosamente y con respeto de
hermana mayor, por ser mucho más oscura que ellos, hizo un buen papel de
hermana mayor en crianza y reprimenda, pero la señora Elena se dio por enterada
cuando ya era abuela y hasta tatarabuela, lo que le causa más risa. “Ellos
dicen que les halaba las orejas”. Vidalina no se casó, pero tiene una hija de
29 años. “Tengo siete hijos, ocho nietos y siete bisnietos”.
Gracias querido, qué bella entrevista en verdad!
ResponderBorrarEl día en que adopte, haré como Ira y primero crearé un nexo para que no pase tanto trauma al ir a un hogar :D
ResponderBorrarY de verdad algunas personas no conocen el compromiso. Adoptar un niño y devolverlo porque llora mucho y no hace caso. No es acaso eso normal y más viniendo de un niño que no te conoce?
Te luciste Jeanfreddy! Has hecho un magnifico trabajo! Felicitaciones!
ResponderBorrarGracias, Ira :) Un gusto totalmente. Marii, la ley y el proceso exige el emparentamiento, pero siempre habrá malos padres, sean biológicos o no. Anónimo, muchísimas gracias :)
ResponderBorrar<3
ResponderBorrar