22 octubre 2022

¿Por qué no usar el término "Fake News" aunque sea tan irresistible?

Decir "fake news" es sabroso, nos encanta. En el grupo de Whatsapp de la familia, en las reuniones con los amigos y cuando fruncimos el ceño para hablar de política para dar conclusiones de nuestros análisis personales, pero el término aunque es sexy, delicioso y casi irresistible, es inadecuado para definir el fenómeno que realmente es la desinformación.

Hablemos de definiciones y popularidad.

En 2016 y 2017 el diccionario Collins de la Universidad Oxford eligió "posverdad" (post-truth) y "noticias falsas" (fake news) como palabras del año lo que en sí mismo fueron noticias populares. 

Estos fueron los años de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos (quien usó el término extensamente en Twitter), del triunfo del NO en el plebiscito del Brexit (después conocido por el uso de datos de Facebook por medio de Cambridge Analytica para la campaña electoral) y el triunfo del NO por menos de 1% en el plebiscito de paz en Colombia (donde también se conoció el escándalo del uso de la mentira y el engaño en redes sociales para promover la opción de rechazo al acuerdo de La Habana) llenaron las búsquedas en Internet y titulares en medios de comunicación de estos términos.

En el mundo hispanohablante el Diccionario de la Real Academia Española eligió en 2017 la palabra "aporofobia" (aversión a los pobres, a diferencia de xenofobia o racismo, rechazo a migrantes por ser pobres en lugar de extranjeros o de otra raza). Sin embargo, "noticia falsa" (venida del inglés) fue la candidata número seis de las doce candidatas de ese año. Así mismo, recomiendan el sinónimo (más popular en España) de noticia falseada pues "sugiere un matiz de adulteración o corrupción premeditadas." o bulo (‘noticia falsa propalada con algún fin’). En 2016, la RAE seleccionó populismo pero entre las dos candidatas estuvo posverdad, la palabra inglesa elegida por Oxford para ese año.

¿Y qué son entonces las "fake news"?

Pues según el diccionario de Oxford: "false, often sensational, information disseminated under the guise of news reporting" que se puede traducir como "información falsa, usualmente sensacionalista, difundida bajo la apariencia de reportaje noticioso".

Mientras la RAE, en referencia a bulo, dice: Noticia falsa propalada con algún fin.

Pero parece insuficiente el concepto, porque a veces las publicaciones en redes sociales no intentan parecerse al formato de noticias, no siempre tenemos claro el emisor original o la intención y está la complicación de calificar algo de falso o verdadero cuando parece que se mezcla opinión y hechos, especialmente después de acuñar "posverdad" o los "hechos alternativos" y las teorías de conspiración. Ya la verdad no es un consenso como antes y ahora hay grupos que aseguran que la Tierra es plana, pero se oculta como parte de un complot.

En el estudio "Desinformación en tiempos de pandemia: tipología de los bulos sobre la Covid-19" liderado por el profesor de la Universidad de Navarra, Ramón Salaverría, se toma el concepto de "bulo" de la siguiente forma: "todo contenido intencionadamente falso y de apariencia verdadera, concebido con el fin de engañar a la ciudadanía, y difundido públicamente por cualquier plataforma o medio de comunicación social”. Por su parte, Claire Wardle propone una clasificación de siete tipos, desde la sátira hasta el contenido completamente inventado.

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Tres razones para no usar el término

1. Su uso politizado:

Las usa y usó Maduro, Trump, Petro, Bolsonaro, el régimen castrista en Cuba, Evo los neonazis griegos, Morales, Uribe y Pedro Castillo en Perú con la intención de desacreditar cobertura periodística, críticas de adversarios políticos y denuncias ciudadanas. Y sí, los medios se equivocan, han sido cooptados por empresarios a través de la compra de espacios publicitarios o la compra indirecta y los periodistas hemos tomado partidos siendo activistas, pero eso no valida el uso interesado, partidista e ideológico del término por parte de populistas.

En 2017 ya la PhD Claire Wardle y Hossein Derakhshan habían publicado el estudio "INFORMATION DISORDER: Toward an interdisciplinary framework for research and policy making" (para el Consejo de Europa) en el que hablaban de los "desórdenes informativos" para describir el ecosistema y el glosario alrededor del fenómeno que popularmente se llamaba "fake news", que era insuficiente e inapropiado.

Y ellos definieron tres términos, según la intención de dañar y la falsedad del contenido, que el profesor Rafael Díaz Arias traduce y explica así:

Información errónea (misinformation). Está a la izquierda, en gris: con más falsedad pero menos intención de dañar: "Información creada sin intención maliciosa, pero que incurre en errores, por descuido en el caso del público, o malas prácticas en el caso del periodismo profesional, y la información satírica que es tomada por verdad y compartida por el público". Es decir, error involuntario de medios y/o periodistas, así como el contenido que creemos real y por tanto lo compartimos.
Información manipulada (malinformation). Está de rojo, a la derecha: más bien verdadera pero con toda la intención de causar daño: Información basada en la realidad, pero que se deforma o encuadra maliciosamente. Esto puede ser información real sobre empresas, fotos íntimas de personajes públicos, filtraciones de secretos industriales. Uno podría debatir si Wikileaks entra acá o no (lo que es distinto al tratamiento periodístico posterior bajo técnicas de investigación e interés público sin ángulos geopolíticos).
Información falsa (disinformation). Es la información intencionalmente falsa creada con una intención maliciosa, para ganar dinero, lograr ventaja e influencia política o promover alguna forma de desorden. Está en el medio y es lo que comúnmente llamamos "fake news" de forma equívoca. Acá hay mezcla de verdad y mentira en distintos grados y siempre tiene la intención de dañar.

Así que podemos definir la desinformación como el contenido creado con la intención de engañar, confundir y enrarecer la opinión público con el fin de obtener réditos comerciales, políticos o propagandísticos para imponer una narrativa del poder. 

Importante diferenciar la desinformación (disinformation) que viene del emisor, de su creador y la red de apoyo intencional, de la misinformation (información errónea) que es cuando nosotros, nuestros amigos, familiares o conocidos, las audiencias, compartimos en redes sociales o aplicaciones de mensajería, contenidos que creemos reales, bien sea por sesgos, emociones o prejuicios, pero no somos los creadores del engaño.

Un estudio del profesor Miguel del Fresno titulado "Desórdenes informativos: sobreexpuestos e infrainformados en la era de la posverdad" entre los que cuenta los términos desinformación, fake news, hechos alternativos, posverdad y deepfakes (definidos pro Wardle y Hossein, como veremos más adelante) hizo un mapeo de las razones que permitieron su prevalencia en la sociedad, y entre las cinco incluye "la crisis de los medios de comunicación nacionales y locales post Internet" pero también "un cambio significativo en la forma de entender y ejercer el poder en el siglo XXI, como la capacidad de establecer las relaciones de definición".

Lo que documenta Del Fresno es que ciertamente los medios de comunicación perdieron su credibilidad al usar el usar la objetividad como sesgo, "presentando ante la opinión pública como interlocutores legítimos, como equivalentes y equipotentes, a científicos e ideólogos. Así, se acabó haciendo equivalente lo que no lo era y eliminando en la agenda pública la frontera entre verdades fácticas y desórdenes informativos". Es decir, que colocaron a defensores de las industrias del tabaco, el alcohol o los transgénicos, a los negadores del Cambio Climático y quienes atacaron en España a los medicamentos genéricos.

Pero también apunta, junto a la crisis de los expertos, el avance de la psicología y la facilidad para crear y distribuir contenidos en Internet, la "voluntad de supremacía ideológica" que lleva a líderes políticos a crear una realidad basada en las creencias, en los deseos y no en las evidencias para crear guerras culturales en que lo importante no es lo verdadero o lo falso sino lo que queremos que sea verdad, aunque incluya teorías de conspiración o "hechos alternativos", lo que va más allá de la propaganda o de la versión oficial sino de imponer una narrativa como verdad desde el poder.

Tanto Wardle, creadora también de First Draft, una iniciativa que investiga la desinformación, como el profesor Díaz Arias (crítico con las definiciones de Wardle y Hossein), señalan que al haber varios tipos de desórdenes informativos, que van desde la sátira incomprendida o usada de forma malintencionada al contenido engañoso compartido por los usuarios creyendo que es verdadero hasta el contenido completamente inventado que va desde la teoría de conspiración hasta los videos de Tik Tok o cadenas de Whatsapp con narrativas pseudocientíficas o con denuncias sin sustento histórico, científico o descontextualizaciones, también piden señalan lo problemático o errático de usar el término "fake news".

2. Semántica y significado

¿Puede ser noticia si se trata de un hecho no verificable o comprobable, de un hecho no fáctico?

Ya vimos que los medios pueden errar, pueden difundir propaganda o información errónea, incluso ser creadores de desinformación, pero que incluso en esos casos, no son "fake news" sino algún tipo de desorden informativo.

Así que una noticia, sí lo es ciertamente, no puede ser desinformación. Así mismo, la desinformación puede parecer noticia e incluso ser difundida en medios, pero no son equivalentes.

Esto aunque, como dice Del Fresno, la desinformación termina siendo también información, pero no todo lo que se difunde en los medios de comunicación es periodismo, a veces es sólo información, opinión o entretenimiento. 

Hay una gran diferencia entre los reportajes de investigación o la cobertura de hechos noticiosos como los Panama Papers, las denuncias de corrupción o los detalles de eventos deportivos o desastres naturales, de los contenidos que circulan en medio de comunicación y redes sociales, que van desde telenovelas, series, películas, noticias, documentales, publicidad, comunicación corporativa y un largo etcétera.

Artículos de académicos y expertos como el profesor Raúl l Magallón Rosa, Universidad Carlos III de Madrid, Maldito Bulo (verificadores españoles que recomiendan también bulo o paparrucha) y Facultad de Comunicación e Información de la Universidad FASTA de Argentina recomiendan no usar el término "fake news" por su uso como arma política y propagandístico de narrativas de posverdad.

3. No alcanza para arropar el fenómeno

Explica también Del Fresno y Wardle que con la facilidad de abrir un wiki o un blog primero, con el paso de la Web 1.0 (donde había un webmaster) a la Web 2.0, donde todos los usuarios podemos ser prosumidores (consumidores + productores) para apropiarnos, remezclar, crear o modificar los contenidos, ahora la información (y también el periodismo) no está hecho por periodistas, medios de comunicación o algunos creadores certificados, sino también por partidos y grupos políticos, ONGs, iglesias, empresas, instituciones públicas, firmas de relaciones públicas, activistas, individuos, pero también bots y trolls, influencers, blogueros y youtubers.

Y además, que el contenido ahora no tiene un formato específico, sino que pueden ser videos, audios, memes, fotografías, infografías, gráficos, visualizaciones, capturas de pantalla o combinación de éstos que pueden o no asemejarse al formato noticioso sino que se adaptan al formato de Tik Tok, Tumblr, Twitter, Medium o Whatsapp para mediante etiquetas, formatos, trends, retos, íconos, emojis u otras comunicar a nichos, microaudiencias o grupos sociodemográficos específicos, para hacerse viral en uno o más de estos.

En conclusión

Usar el término "fake news" puede estar bien para hablar en públicos no especializados, como conversaciones familiares, para que se entienda que un contenido es engañoso, pero es inadecuado e insuficiente, porque tiene una agenda política detrás, puede ayudar a descalificar al periodismo y la libertad de información necesarias para la democracia y no permite descubrir los contenidos engañosos que creemos fidedignos porque cumplen con nuestros deseos, prejuicios e ideas así como los que están escondidos en formatos digitales que nos agradan o no identificamos como informativos o noticiosos.

Así que usemos desinformación para hablar del fenómenos de desórdenes informativos que aunque estén o no en medios, parezcan o no contenidos informativos o noticiosos como memes, videos o audios en Whatsapp o Telegram o publicaciones en grupos de Facebook, tweets, reels de Instagram o videos de Youtube o Tik Tok, tienen la intención de engañar, mentir o confundir, pero también de parecer contenido auténtico.

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