Entre las cosas curiosas de nuestro país está la fertilidad avasallante de nuestras tierras. Tanto, que al día siguiente de una lluvia, vemos la ciudad con rincones verdes por doquier. Un terreno baldío, un jardín común y por supuesto, las aceras, llenas de verdor. Agua que también abre algunas piscinas en la vía.
Las aceras en Venezuela, tras unos días de lluvia, suelen parecer un bizarro jardín eco-tecnológico urbano, con postes de luz rodeados de amplias hojas verdes, adornado artísticamente con papeles olvidados de helado, chapas de refresco y botellas de cerveza. En el barro que se acumula entre la acera y el asfalto, que nos recuerda el contacto con la Naturaleza en medio del caos citadino, monte de las másd iversas especies crece incipiente y orgulloso, como si por allí no hubiese pasado la mano destructora del hombre.
Los árboles aparecen aquí y allá, con la raíces levantando el asfalto y el cemento, rompiendo el paradigma del orden lineal, imponiendo una estética dinámica e inusual. Lo único que interrumpe esta fusión de arte, urbanismo y vegetación es la constannte insistencia de alcaldes, gobernadores y concejales en volver a hacer las aceras, levantarlas con el ruidoso machacar de las maquinarias, interrumpiendo el paso peatonal y llenando de obreros con creativos piropos ginecológicos para las mujeres locales.
Este misterio, que es resuelto retóricamente por jóvenes y viejos diciendo que Venezuela es tan fértil y pródiga que nace una mata de mango si tiras una semilla en el medio de la calle, lo cual se ha visto en varios huecos históricos de nuestras ciudades, es más bien producto de lo mismo de siempre, un trabajo a medio hacer, el guiso, el chanchullo, la mediocridad, para comerse el dinero de la licitación y tras algunos años, volver a hacer el negocio.
Lo cierto es que leyendo sobre uso de cemento en la construcción las aceras, cuando el país es serio, requiere de no sólo un estudio del terreno para saber cómo eliminar su posible fertilidad por medio de arenas, grava o químicos, sino además, la remoción de hasta 30 centímetros del subsuelo, así como un peso y mezcla específica del cemento en el hormigón usado. En algunos otros casos, usar placas que diferencien este subsuelo del resto, para evitar filtraciones vegetales.
Un ejemplo muy similar a las calles de Puerto Ordáz, donde una lugareña cuenta que hace 20 años que no asfaltan, pero que el trabajo lo hizo entonces una empresa brasilera que hizo el trabajo correctamente. Una anécdota que podría explicar porqué las carreteras en Estados Unidos, que nos compra petróleo, son tan lisas y perfectas, y las nuestras, que lo producimos por millones de barriles diarios, están siempre llenas de huecos, a veces a semanas de haberlas arreglado.
Las aceras en Venezuela, tras unos días de lluvia, suelen parecer un bizarro jardín eco-tecnológico urbano, con postes de luz rodeados de amplias hojas verdes, adornado artísticamente con papeles olvidados de helado, chapas de refresco y botellas de cerveza. En el barro que se acumula entre la acera y el asfalto, que nos recuerda el contacto con la Naturaleza en medio del caos citadino, monte de las másd iversas especies crece incipiente y orgulloso, como si por allí no hubiese pasado la mano destructora del hombre.
Los árboles aparecen aquí y allá, con la raíces levantando el asfalto y el cemento, rompiendo el paradigma del orden lineal, imponiendo una estética dinámica e inusual. Lo único que interrumpe esta fusión de arte, urbanismo y vegetación es la constannte insistencia de alcaldes, gobernadores y concejales en volver a hacer las aceras, levantarlas con el ruidoso machacar de las maquinarias, interrumpiendo el paso peatonal y llenando de obreros con creativos piropos ginecológicos para las mujeres locales.
Este misterio, que es resuelto retóricamente por jóvenes y viejos diciendo que Venezuela es tan fértil y pródiga que nace una mata de mango si tiras una semilla en el medio de la calle, lo cual se ha visto en varios huecos históricos de nuestras ciudades, es más bien producto de lo mismo de siempre, un trabajo a medio hacer, el guiso, el chanchullo, la mediocridad, para comerse el dinero de la licitación y tras algunos años, volver a hacer el negocio.
Lo cierto es que leyendo sobre uso de cemento en la construcción las aceras, cuando el país es serio, requiere de no sólo un estudio del terreno para saber cómo eliminar su posible fertilidad por medio de arenas, grava o químicos, sino además, la remoción de hasta 30 centímetros del subsuelo, así como un peso y mezcla específica del cemento en el hormigón usado. En algunos otros casos, usar placas que diferencien este subsuelo del resto, para evitar filtraciones vegetales.
Un ejemplo muy similar a las calles de Puerto Ordáz, donde una lugareña cuenta que hace 20 años que no asfaltan, pero que el trabajo lo hizo entonces una empresa brasilera que hizo el trabajo correctamente. Una anécdota que podría explicar porqué las carreteras en Estados Unidos, que nos compra petróleo, son tan lisas y perfectas, y las nuestras, que lo producimos por millones de barriles diarios, están siempre llenas de huecos, a veces a semanas de haberlas arreglado.
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