Yo solía frustrarme mucho. Mi confianza en habilidades matemáticas o narrativas, mi inteligencia para algunas cosas y una soberbia que me superaba en masa eran mis excusas para disparar la rabia cuando las cosas no salían como yo quería. Todo un malcriado. Decía que tenía que comprender las cosas primero para luego hacerlas, pero era simplemente un síntoma de mi rigidez mental -y emocional- para enfrentar al mundo.
Eso me llevó a rechazar incluso algunas cosas que me gustaban, porque no las aprendía de inmediato o no funcionaban como yo sospechaba originalmente. Una necedad totalmente infantil, atada a una fantasía de superioridad. Cuando enfrenté malas notas, algunas pésimas, en Literatura, Matemáticas o Análisis Histórico en la Universidad Simón Bolívar, decidí retirarme. No podía ser que yo no supiera adaptarme, aprender y evolucionar lo necesario para superar la carrera. Tuve buenos momentos, excelentes a veces, pero no avanzaba a la velocidad regular ni quería reinventarme.
Tardé más tiempo del que me gustaría admitir, 40 años, para entrar a estudiar kárate en el mismo Dojo en el que mi hermano Joel había brillado 30 años antes. No tenía la humildad ni la disciplina necesarias. Y muchas veces me faltó toda la necesaria para aprender, confiando en los maestros e incluso aceptando sus fallas. No es algo que se haya quedado allí nada más. Sin mayores razones que mi soberbia y un problema de aceptación, subestimé e incluso insulté a mucha gente por sus fallas profesionales. Algunas reales, otras exageradas y la mayoría de las veces, injustas. Hablé por detrás de algunas personas, exploté defectos y preferí el lado negativo.
No diré que estoy completamente del otro lado, pero ahora me enfoco mucho más en las posibilidades y los potenciales, pero sin dejar de ser yo mismo. A veces es inevitable pensar que alguien merece una patada de impulso para avanzar más rápido, aunque nunca se la dé, sino la transforme en un corto grito estimulador, a veces jugando con el orgullo, porque de eso sí sé. Tampoco diré que no me frustro, que comprendo todas las fallas propias y ajenas o que dejé de quejarme. Lo que sí puedo decir que estoy ya en otro lugar, empezando por admitir esta carrera de errores, fallas y más sinceramente, cagadas.
Ya no me frustro -como antes- ante las cosas que no están construidas a mi imagen y semejanza. Bajé del Olimpo de mi arrogancia. Ahora entiendo que volver a empezar, aprender un arte o cálculo puede ser contraintuitivo: no es como creías, Jean, incluso es al contrario y eso está bien. Es que he aprendido a equivocarme, no como algo que no pasaba sino no aceptaba. Cada equivocación es prueba de vida, de intento, de lucha. Es una marca para entender qué puedes hacer ahora mejor, que quizás hay una manera distinta o que puedes volver al inicio para rehacerlo.
Una forma sencilla en que lo entendí es con Duolingo. Antes equivocarme en el inglés me molestaba, sentía que otros me superaban y que no demostraba que sí sabía. Increíble, pero es que estaba usando la aplicación de forma incorrecta. No iba a aprender sino a probarme que tenía un gran inglés, que no tenía. Entonces me molestaba no tener un nivel nativo o técnico altísimo, aunque no lo tenía. Estaba perdiendo la oportunidad de aprender, de pulir, de hacerlo bien. No celebro hoy cuando equivoco aún "have" con "has" pero estoy lejos de reventar la pantalla del celular contra el piso. Al contrario, aunque no lo celebro, a veces incluso me río o digo, para allá voy, la próxima tendré más cuidado. Y es que en esa infalibilidad supuesta respondía demasiado rápido, era demasiado reactivo, inmediato. Lo que me pasaba, y aún por allí, en muchas cosas de la vida.
También hay comidita para el alma en pena: en otras cosas del mundo y de la vida servirán mucho mi experiencia anterior, mi capacidad de análisis y mi razonamiento. Así que hoy no siento ninguna herida en el egocuando mis amigos, a quienes les pido ayuda, me corrigen la gramática, la redacción o la coherencia de los textos, sino que agradezco y pienso en todo el espacio de mejora.
Entiendo mejor mi tipo de liderazgo: soy el que crea, diseña y empuja, aunque el seguimiento requiera de energía y acompañamiento de otros para hacerlo operativo. Todo un pasillo largo para recorrer. Y soy más paciente con lo que me molesta, con lo que quiero expresar y además, quizás lo más importante, con lo que puede molestarme. Ya no es cualquier cosa distinta, que no sea como yo o que considere errática. Porque yo también estoy, de verdad, lleno de tantas fallas como las de otros, sólo que distintas, que ni mejores ni peores sino en distintos colores.
Ahora respiro más seguido antes de hablar, y muchas veces, no lo hago, porque no hay que decir todo lo que piensas, pero sí pensar bien, bien, bien, todo lo que dices.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Habla, sé serio y organízate.