- Si yo digo “muerte” tú dices
- “Torregrosa”
- Muerte
- Torregrosa
La surreal escena me recordó cuando mi papá se iba a asociar con un amigo de la infancia para comprar una funeraria. En broma y entre tragos siempre decía a quién le preguntaba: no te deseo mal, pero ojalá te mueras.

Y es que un tanatorio, aunque empresa al fin, no es un negocio común. Es aquel que, sin ser pernicioso como la venta de armas o las drogas, se lucra del cese de la existencia, cumpliendo con los permisos, trámites y arreglos necesarios, pero también para darnos los lugares, rituales y formas para ayudar a lidiar con ella desde una neutralidad tan necesaria como útil. Lo más sobrio que hay.
“En materia de mercadotecnia, es un terreno inexplorado” dice Chemi, el yerno de la directora de Funerarias Torregrosa, “enchufado” en el puesto porque está desempleado, es familia y en secreto, lo recomendaron para garantizar el fracaso de la empresa ahora que ha fallecido su director y dueño.
Este personaje, totalmente infantilizado y obnubilado por sus lugares comunes y frases cohete: “crisis en chino significa oportunidad”, pone su afiche de Steve Jobs y se zambulle a tratar esta empresa como cualquier otra, con ideas innovadoras para penetrar el mercado, como se si tratara de una start-up, con frases y ethos de emprendimiento digital, con rutina de Tik Tok incluida.
Una comedia de enredos en una posición tan imposible como la visión ética de mi papá al tratar de vender su nueva inversión, que en Muertos SL se resuelve: una forma de hacer comedia mortuoria sin ser lúgubre ni ser obvios. Y eso se logra gracias al trabajo de Laura y Alberto Caballero (Machos Alfa, Aquí no hay quien viva) de Contubernio Films.
Como lo fue antes Machos Alfa para tratar sobre los debates contemporáneos sobre género, sexo, relaciones afectivas y personales, acá no se ríen de la muerte sino de situaciones laborales y empresariales inexploradas, ahora sí, de quienes trabajan en una funeraria con sus defectos y bemoles normales: la invasión, la impericia, el desinterés o las manías, así como las labores detrás de lo ritual: preparar, lavar, maquillar, peinar, desvestir y vestir al muerto, no el difunto, no el fallecido.
Porque entre términos especializados, honestidades no corporativas y expresiones sociales de todo tipo, hay momentos para la comedia negra y otros para la incorrección política, considerando que son solo empleados, son solo humanos y trabajar en un tanatorio no te hace especialmente empático, sensible, ético e incluso socialmente adaptado. ¿Quién trabaja maquillando a los muertos?
Así que no es Los Locos Adams ni Los Munsters, sino una especie de The Office y Señor Ávila en contrapunto, porque no es vender papel ni disimular, acá realmente se venden velorios y sepelios, pero revelando sin candor que también se aprovechan del dolor para vender algo tan inútil como un ataúd de lujo y muchos otros detalles efímeros, que pueden ser emocionalmente valiosos y comercialmente rentables.
Si yo digo muerte…
Todo empieza cuando el dueño de Funeraria Torregrosa se muere, justamente cuando una empleada lo iba a denunciar por acoso sexual “por tocarme el culo”. Acá el guiño a Machos Alfa en que todo cambia: es Succession pero en una PYME española, lo que no hace a los personajes menos humanos, o los intríngulis corporativos menos dinámicos.
Su representante comercial, quien había acariciado por años lograr la sucesión, casi puede tocar la silla de la Dirección, pero como suele suceder en cualquier serie o película sobre herederos, cada quién tiene un plan distinto: desde continuar el legado a desprenderse del negocio por el dinero, para irse de vacaciones o crear algo modernísimo y novedoso.
Las hijas quieren montar un gimnasio, la viuda continuar con el legado y el desilusionado sucesor no se decide si arruinar el negocio para emerger como salvador o evitar que vaya a la ruina, para finalmente dirigirlo hacia sus planes a futuro: Ciudad Deceso, un complejo que se encargue de todo lo necesario para los últimos años de vida y descanso final.
La viuda está decidida a continuar con el legado, hasta que aparece la denuncia de acoso sexual, lo que abre un abanico de incertidumbre sobre el destino del tanatorio como empresa familiar.
A la mezcla se combinan empleados peculiares, con actuaciones estupendas: el rarísimo tanatopráctico (una especie de Sheldon Cooper de la muerte, pálido, cerebral y antisocial) y su compañera Manuela (hermosísima, feminista y la conciencia social quisquillosa de todos los demás), la recepcionista aterrorizada con la enfermedad y la muerte, el chófer mujeriego y hedonista que es un pésimo empleo, ex-esposo y padre; el cremador a punto de jubilarse y obstinado de todo; el pasante manipulado que se debate entre complacer al jefe y aprender de verdad y la barista desenrollada que sólo está allí para pagar sus estudios universitarios (y tener algo de sexo).
Un elenco coral que brilla en sus actuaciones gestuales, sus diálogos de una normalidad pasmada por el negocio de la muerte y la realidad que no para pero que puede crear situaciones hilarantes: el derecho a huelga, la solidaridad de clase, la competencia comercial, las conferencias y la convivencia social, así como las dificultades de conseguir parejas estables, de balancear vida y trabajo y de tener estabilidad emocional.
El protagonista principal es Dámaso (Carlos Aceres), quien atiende a los deudos cuando necesitan un velorio y urde distintos planes para tomar la dirección de la funeraria, acompañado del tanatopráctico Abel Aguado (Gerald B. Fillmore), la recepcionista Alicia (Aitziber Garmendia), la viuda / dueña Nieves Torralba (Ascen López), el pasante Pablo Morales (Roque Ruiz), la vendedora de otra funeraria Vanesa Hernández (Amaia Salamanca), Manuela (Adriana Torrebejano), Anselmo (Manolo Cal),
Laia (Lorea Intxausti), Pilar Torregrosa Torralba (Bárbara Santa-Cruz) y
Milagros Torregrosa Torralba (Lucía Quintana).
Destaco especialmente el trabajo de Diego Martín como José Miguel “Chemi” Fondao [como un Peter Pan de la positividad tóxica] y de Salva Reina como Nino [chófer ebrio, drogadicto e irresponsable], que demuestran sus altísimas capacidades histriónicas, no solamente por cargarse la difícil y maravillosa parodia de la infaltable pareja imposible del inocente bondadoso y el oportunista curtido en las calles, sino por no dejar ni rastro de los personajes de Legado, en que fueron feroces y despiadados personajes que se aliaron y chocaron, con personalidades serias y gravísimas.
Ellos dos, junto a Areces, se cargan en hombros las escenas más memorables, en que los acercamientos de cámara y los gestos sin palabras son de una altísima calidad histriónica, mientras también deben soltar diálogos incorrectos, estúpidos y malvados, en los que he tenido que detener la reproducción e incluso volver a retroceder, por la risa que me ha provocado.
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