Alegrarse sinceramente por los éxitos de tus amigos, tus familiares o incluso tu pareja, sin envidia ni celos, requiere de un verdadero crecimiento interior.
Celebrar con verdadero gozo, sin reservas, que alguien obtenga reconocimiento, éxito o prestigio puede ser inspirador pero es más fácil escribirlo. Es más fácil pensar desde la escasez, en la que consideras que sus triunfos son un obstáculo para el tuyo, que ese triunfo debió ser tuyo o incluso que te lo arrebataron. Entonces la alegría es hipócrita porque eres más inteligente, más trabajador, más consecuente, más tenaz, simplemente mejor.
También es posible que creas que ese éxito, que a veces ni siquiera es en algo que te importe, a lo que te dediques o que desees, puede llevarte a victimizarte: ella ganó porque yo la ayudé, porque el mundo está contra mí o porque jamás van a reconocerme como merezco, como escribí antes, pero también podría haber recriminación: no he ganado porque no he hecho lo suficiente, porque no aprovecho las oportunidades, porque he sido un tonto que dejo pasar las ideas por miedo, por flojo, por pena, por prejuicios.
Y entonces los logros ajenos se vuelven una zarza dolorosa de culpas y reclamos. Como cuando un papá te pregunta porqué no eres tú el mejor de la clase, porqué no eres como tu hermano, tu prima o un amigo, porqué eligieron a otro alumno en lugar de ti. Quizás provenga de allí la recriminación. También podemos haber vivido el menosprecio por logros que nos importaban: eso no te va a llevar a nada, de eso no podrás vivir, eso es inútil. Allí el miedo a atreverse, a probar cosas distintas, a encontrar caminos novedosos puede estar empedrado de traumas y malos recuerdos.
Yo me alegro y celebro a los demás. Cuando suben sus fotos a Instagram de lugares maravillosos, cuando están alegres por sus nuevos trabajos o porque vivieron algo único. Porque eso no te exime de tener también una buena vida, de ir a esos lugares y porque de verdad, nadie está viviendo tu vida, aunque te parezca que hace o experimenta lo que tú desearías. Todos tenemos también problemas, sufrimientos, silencios dolorosos, deudas y bemoles.
No hablo de ver desnudos a los demás, sino de saber sopesar lo bueno y lo malo, que viene y va, y que cuando seas tú el que esté arriba, vas a querer que a quienes quieres se alegren de verdad por ti.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Habla, sé serio y organízate.