28 mayo 2019

Adiós, zapatico cochinito, en Invítalo a comer

Todo empezó con un tuit de @alexval diciendo que tenía como dos años que no se compraba zapatos nuevos. Y el ofrecimiento amable de Amanda Rezende, una venezolana en Nueva York, de comprárselos. Y entonces inició la magia,co un gesto generosa de total desprendimiento.

Alex -a quien conocí en Valencia hace muchísimo, cuando éramos blogueros frenéticos y mantenemos contacto por Twitter- le dijo que mucho mejor sería comprarle ese par a uno de los niños que ayudábamos con "InvítaloAComer". Amanda aceptó el reto, me contactó, leyó sobre lo que hacíamos y se contagió de las sonrisas de los niños de "la escuela más bonita del mundo" junto a su esposo y su mamá.

Así el primer par se convirtió en dos, se multiplicaron en cuatro y llegaron hasta una docena. El corazón y los ojos se me salían con cada mensaje diciéndome que habían comprado más, que 6, 8, ¡12 niños! de San Vicente iban a estrenar zapatos nuevos. En marzo les habíamos podido cambiar los súper dañados zapatos de varios por unos usados en buen estado gracias a donaciones recolectadas por Silvia Garcia, causando alegrías y alivio.

Ahora eran seis niñas y seis niños a quienes les daríamos una alegría escasa en la comunidad Juana La Avanzadora, una invasión de viviendas de madera, zinc y latón, sin asfaltado, donde se encuentra el oasis llamado UE Padre Juan José Zugarramurdi de Fe y Alegría, en el Viñedo II.

El difícil rol de elegir a quienes les probaríamos los zapatos se los dejamos a las maestras de sexto, quinto y cuarto grado, quienes nos enviarían a los 12 con mayores necesidades. Unas segundas madres quienes los conocen mejor, los aconsejan y los forman.

Solo elegí a una, la niña que verán en ropa civil y unas muy gastadas sandalias, que había faltado ese día a clases porque su mamá no había podido lavarle el uniforme por falta de jabón y agua en la comunidad.

Bajaron de sus aulas sin saber qué esperar, frente a la puerta de la dirección le decíamos que habían sido seleccionado para una vacuna inyectada. Sus sus rostros pasaban del miedo nervioso por la inesperada medida médica a una alegría sorpresiva, que los dejaba sin palabras, abrazándonos con ternura.

Estaban tan emocionados que hubo que explicarles que la idea era que se los llevaran puestos. Que debían explicarle a sus mamás que se los habían dado en la escuela. Que explicaran su origen. Salían agradecidos y alegres, las maestras y sus compañeros les gritaban: "eeeeeeeso" y los abrazaban, felicitándolos. Tener algo nuevo es realmente poco común. En la escuela regalamos decenas de cepillos dentales a niños de 5to y 6to grados que siempre lo habían compartido con su mamá.

Un poco más difícil fue ver el rostro de niñas y niños a quienes los zapatos les apretaban o les quedaban demasiado grandes. Y eso que hacíamos concesiones para el crecimiento. Se quedaban viendo los zapatos, preguntando si volveríamos pronto con más. Otros más nos preguntaron luego si no habían quedado uno para él o ella. Niños siendo niños, pero a quienes les tuvimos que tratar de responder con la mayor amabilidad y comprensión que cada vez lográbamos ayudar a unos, tratando de abarcarlos a todos.

Hubo un compromiso colectivo: los zapatos son para ir a la escuela, jamás para dejarlos en casa. Y los compañeros estarían vigilantes.
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