25 diciembre 2023

La bondad de morirse

En cada terremoto, desastre y pesadilla, reside una oportunidad de renacer. Lo que parece una noticia espantosa es una luz brillante de trascender y acabarse totalmente. Después del punto y final sigues tú, otra vez. 

Para eso hay que extinguir cada célula de ese yo, dejar fallecer a cada molécula de quien eres. 

No es casi morirse, no es despertar del coma ni tampoco reinventarse.

La oportunidad presenta por la crisis está en morirse. En reírse y perecer. En aceptar el fin, que puede parecer caótico, y si sale bien, será doloroso, como un parto o un infarto fulminante. Un dolor como enterrar al mejor amigo, a un hijo o una esposa para luego vivir muchísimos años más con una buena memoria.

Si no te mueres, es un sufrimiento largo, una tortura y un sonido de relámpago que suena a arrepentimiento, es un perro rabioso sediento de venganza y arrepentimiento, son doce fantasmas escondidos en los puntos ciegos de tu rutina diaria, esperando cruelmente que no puedas verlos para saltar sobre tu nuca.

Mira el río. El que ves no es el mismo de hace un segundo ni será el mismo que un segundo después. En apariencia, he leído que dijo el Buda, parece igual, impávido, poderoso, apático incluso. Y aún así sabes que ha cambiado. Nada permanece, después del día continúa la noche, con sus eclipses solares y lunares, hoy será ayer y llegará el mañana sin que puedas asirlo.

A morirse, es inevitable. Volveremos. 

Siendo inevitable pero aparente, puedes posponerlo, un buen tiempo incluso. O puedes aprovecharlo, fundirte a negro, despertar a tiempo y sincronizarte, tan rápido, que parecerá que eres el mismo río, habiendo cambiado. Más allá, lejos, el río será mar, luego océano, más tarde planeta, galaxia, cosmos, infinito, que parece inmutable. Y ya, ahorita, ha cambiado. Se murió, renació, volvió, cambió. Otra vez.

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