Scenes from hell (2010), el octavo disco de Sigh, es una producción
extraña, sin ataduras a su propia historia de rareza experimental y que
no teme mostrar el choque de occidente y oriente de forma inusual.
Cierra la puerta, que no habrá piedad en lo que podemos probar, más allá
de las etiquetas del metal.
Trompetas,
saxofones, trombones, cornos y oboes junto a orquestaciones de cuerdas
que recuerdan a bandas sonoras de la televisión o películas de terror de
los 70, una percusión de rock and roll con un sonido thrash y un
interesante intercambio sónico y melódico. Los arreglos acústicos están a
todo volumen, variando entre arreglos de sonidos de folk europeo a
composiciones clásicas y televisión policiaca, a veces exageradas, que
cubren a guitarras primitivas, como el primer death-doom a lo Unleashed,
a veces con poca distorsión e incluso a veces meras acompañantes
rítmicos.
Golpes, cortes, cambios. No es progresivo lo
que hace Sigh en este disco como en otras producciones. No hay
sucesivos ni rápidos cambios de género, acordes y tiempos complejos, esa
no es la receta. Más bien es un compendio de variaciones melódicas de
un tema central repetitivo que va en crescendo, casi galopando,
elevándose hasta un climax extraño que explota para una risotada del
compositor más oscuro de Japón, que usa todo lo que tiene a su mano para
componer sin dejar de gritar demoníacamente.
Es
difícil encontrar un momento para definir este disco. Aunque veces hay
un poco más de ese circus-metal-ópera de The Arcturus y black metal
sinfónico francés en trozos más largos sin instrumentos de vientos, son
las texturas sónicas el ingrediente preponderante. Los mismos acordes
que podrían ser góticos tienen sonoridades alegres que los hacen sonar
como música gitanas, pareciendo casi una parodia, pero la vocalización
férrea y oscura no deja espacio para esa duda. No es sátira, es un
collage atronador.
Así que esto no es el Quintassence
de Borknagar, que aspira a ser algo sumamente innovador, rompedor,
state-of-the-art, sino una explosión de la psique. Me hace pensar en la
unión de dos ríos que se rehúsan a ceder espacio al agua ajena en el
nuevo torrente. Así que los gritos agudos no ceden en casi ningún
momento, ni tampoco la dura y rápida batería con sonido del St Anger de
Metallica, ni siquiera cuando teclas y vientos invaden con mayor
volumen, sonando como en peligrosa persecución policial y claro, menos
cuando parece hablar de dragones y batallas, casi deseando ahogar esa
malvada guitarra de Mirai Kawashima, que enreda todo cuando no ya casi
entiendes que se trata de duendes delincuentes en carrozas de caballos
marcianos que huyen con el botín de rebeldes inspectores bigotudos con
armaduras medievales en medio del polvoriento medio-oeste
norteamericano.
Así que creo que esto es psicodelia
black metal como Nachtmystium pero con humor negro. Me hace recordar a
esas bandas electrónicas noventeras que yuxtaponían muchísimas capas de
samples en una especie de collage sónico casi psiquiátrico que se
alimentaba de todo, desde grabaciones lo-fi en cassettes hasta películas
en blanco y negro pasando por sonidos incidentales industriales o
computacionales. Pero Sigh es un hijo demente de un padre metalero que
está viendo películas de Tarantino y de época medieval que está
rescatando sus vinilos de country y folk norteamericano, usando tanto su
computadora como su amplificador para hacer canciones que permitan
resumir todo lo que le gusta, usando además instrumentos japoneses,
violines y acordiones.
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