03 febrero 2019

2 de Febrero: cuando marchamos en Maracay soñando la Venezuela que viene


Muchas cosas fueron distintas hoy. Era un ambiente festivo, alegre, eufórico. Distinto a las protestas de 2014 y 2017 en que había un espíritu retador, beligerante y de mal humor. Después de estar sumidos en la desilusión, en apenas días todo ha cambiado. El gentío que se reunió alrededor de la Plaza Bicentenaria, desbordando la avenida y los alrededores el 23 de enero, aún antes de conocer del juramente de Juan Guaidó como presidente interino, nos brindó fuerzas. 





Este sábado 2 de febrero fue otra fecha con reasignación simbólica. Ya no es el 23 de la salida de Pérez Jiménez sino de la entrada de un líder joven, que usa traje y corbata, ingeniero proveniente de “la generación del 2007”, universitarios que retaron y vencieron la Reforma Constitucional de Chávez. Alguien de verbo sereno y conciliador.

Cumpliéndose 20 años de la primera elección de Chávez, ahora se recordará como una marcha en que se le daba fuerza al apoyo internacional, pero al mismo tiempo, aunque no se diga demasiado alto, a la coordinación interna. Es la oposición unida, que ha presentado un Plan País, una cohesión casi absoluta, con silencios adecuados y respaldos pertinentes. Que con los años forjó lo necesario para la llegada de este momento.

Después de pasar jueves y viernes llenos de rumores de invasiones y falsos reclutamientos forzosos, el sábado en Maracay fue una fiesta. Entre las cosas distintas se puede contar la falta de piquetes policiales en la ruta anunciada. Después de caminar desde Parque Aragua hasta Fuerzas Aéreas con Constitución, en uno de los puntos de concentración en pleno Terminal de Pasajeros, inició la marcha con un sol abrasador, un cielo azul limpísimo y un entusiasmo creativo.

“Soldado, escucha, únete a la lucha” gritó la gente al pasar por el Cuartel Páez. Al llegar a la Bermúdez se unió la gente que venía del sur de Maracay. Entonces recorrer la Constitución fue escuchar tambores costeños y cánticos creativos, ver a los italo-venezolanos con su bandera a pesar de la posición de su gobierno, a ver gente joven y anciana, con ropa raída y bolsos dañados o con ropa de marca, a rubios y morenos, a gente sola o en buenos grupos, pero todos alegres, entusiasmados, hablando de un futuro cercano, en que celebraríamos varios días y todo sería incluso mejor que antes. 

La añoranza abrazada a la esperanza caminaron hasta el cruce con la Mariño.

Un camión que hacía las veces de tarima mostraba que hubo otros cambios. Nada de changa ni reggeaton electoral, tampoco las temibles canciones con fondo marcial que escuché en 2017. Sonó “Venezuela” cantada por Luis Silva, el Himno de la Alegría (versión pop de la Novena Sinfonía de Beethoven) y otras canciones venezolanas. No era la gozadera ni revancha. Era cariño por lo nuestro.

Cuando Guadó habló en Caracas pasó algo similar, la música fue así y dio bienvenida a la nueva diputada exTupamaro que se incorporó a la Asamblea Nacional. Habló de volver a la normalidad, de una vida tranquila, de esa Venezuela familiar que hemos perdido. 

Me alegró saberlo porque no promete venganza ni revancha, sino habla de justicia social, reconciliación y perdón. No ataca a ningún bando, incluso le dice a Nicolás que se aparte, a los militares que se integren a la llegada de la ayuda humanitaria, al chavismo disidente a ser parte del cambio. Porque hay que superar el mesianismo así como el resentimiento excluyente. Que estamos mal porque otros están bien. No más cantaleta marxista simplona pero tampoco la superioridad moral que ve en los distintos un peligro.

El populismo es el peligro, ese que se ha levantado en varios países para acusar a los otros. Aquí Chávez dijo que el problema eran los ricos, los burgueses, los hijos de extranjeros, los adecos, los copeyanos, los apátridas, los traidores, los que no estaban con él, y tomado de la fibra de la corrupción contó con la aprobación para ser hegemónico, de pasarle por encima a la ley, de expropiar, arrebatar e insultar a los "culpables". Y eso no debemos repetirlo.

Lo que debemos aspirar es una democracia de fuertes instituciones, en la que chavistas, liberales, socialdemócratas, socialistas, independientes puedan participar: obtener apoyos oficiales, trabajar en la administración pública y entrar en política. Ayudar a los más pobres a salir de su situación sin clientelismo.

Lamento desilusionar a quienes aspiran prohibir el socialismo o el chavismo, tratando de imponer una nueva exclusión y persecución. Hay que enfrentar a la justicia a corruptos y violadores de derechos humanos, pero hay que también construir una sociedad educada, abierta e incluyente.

En Maracay vi a la gente bailar, reír, cantar. Vi una bandera LGBTI. Leí que también las hubo en otras ciudades. Tampoco hubo caravanas de motorizados amenazantes como el 23E, cuando nos la cruzamos pero no pasó nada y hasta tuvieron que pasar entre nosotros con algo de pena de ya no ser tan temibles.

Cuando nos retirábamos, aunque mucha gente seguía llegando y muchísimos otros con ganas de quedarse más tiempo, pasamos por el estacionamiento de la gobernación de Aragua. “¿Señora, ya se acabó todo?”, le preguntó un policía a mi esposa Aruska con un tono de agotamiento. “Ahora es que falta”, le dijo ella. Este 2 de febrero tampoco vimos los antimotines de la GN en La Placera. La protesta pacífica tiene mejores resultados: provoca más adhesiones entre grupos opositores, así como más dudas y cambios en la coalición gobernante.

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